LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -Cuando llegan los días de demostrar la supuesta lealtad al partido comunista y a la Revolución, muchos cubanos se estresan.
En Cuba, los deslices ideológicos provocan pesadillas increíbles, como esta que me cuenta Santiaguito que le aconteció en uno de esos días de reafirmación revolucionaria. Una pesadilla que, por cierto, lo dejó sin trabajo y traicionado por su mejor amigo.
Santiago Morado es uno de los cinco informáticos de una pequeña empresa municipal. Él, Nelson -su amigo-, y tres aprendices, abarrotan una oficinita en la que apenas caben un buró y una computadora.
Los Lineamientos del Partido Comunista de Cuba, y la necesidad de desinflar las plantillas en los centros de trabajo, hicieron que su amigo Nelson por poco quedase desempleado, debido a restructuraciones en la empresa. Lo llamaron ante el Consejo de Dirección y le comunicaron la mala nueva, pero, para no dejarlo desamparado, le ofrecían un puesto de cortador de marabú en una cooperativa, en el municipio de Quivicán, en la provincia de Artemisa.
“Te llevan y te traen en una guagua, Nelson, es un puesto con perspectivas. Incluso, con todo este ajetreo de las entregas de tierras, va y se te pega una parcelita”, le dijo el obeso jefe del sindicato.
Nelson protestó, mostrando su palmarés, que incluye 3 títulos, y su currículo, que contabiliza diez años de trabajo. Sólo uno de los otros informáticos lo supera en cuanto a conocimientos: Santiaguito, su amigo. “Si alguien tiene que quedar disponible –alegó Nelson- no somos nosotros dos, sino alguno de los otros tres, que no tienen experiencia”.
“Esos otros tres están siendo adiestrados y no pueden quedar disponibles”, le aclaró entonces el del sindicato.
Nelson, al ver que se le acababan las opciones, usó la misma táctica que ya había empleado para sacar a su cuñado del medio, cuando entregaron, a los trabajadores más destacados, los televisores chinos marca Panda: Le dijo al consejo de dirección que el otro informático, su amigo Santiaguito, se queda escondido en su casa para no asistir a las concentraciones por el Primero de Mayo, no asiste a las reuniones para estudiar los discursos de los líderes de la revolución, y se niega a participar en los mítines de repudio al contrarrevolucionario de la esquina de su casa.
Ante una reclamación de tanto peso, el consejo de dirección suspendió la sesión hasta el día siguiente. Pero pronto, en la mañana, citaron a Santiaguito y le comunicaron que quedaba disponible. La argumentación fue que si bien él es un experimentado informático, ideológicamente no es idóneo para el puesto, ya que le falta la principal virtud de todo buen cubano: ser incondicional a su revolución. Por añadidura, lo exhortaron a seguir el ejemplo de su amigo, Nelson, en quien “están condensadas todas las cualidades de un verdadero revolucionario”.
“Además, no todos podemos estar sentados detrás de una computadora, Santiaguito. El país necesita también cortadores de marabú”, le explicó el jefe del sindicato.
Santiaguito perdió el control: “Aquí lo que sobran son los jefes, no los informáticos”, dijo. Y agregó que él odia el campo, la yerba, y que es alérgico a la tierra, que lo de él son los bytes, que para eso se quemó las pestañas estudiando, y que si lo que quieren es cortar marabú, pues que manden a sus madres.
Dicho esto, salió de la sala de reuniones, dando un portazo tan fuerte que lo despertó. Santiaguito sintió un gran alivio al darse cuenta de que todo era un mal sueño. Fue hasta el balcón y entreabrió con sigilo las persianas de la ventana. Con excepción de Pepe -el contrarrevolucionario de la esquina-, sentado en el portal, la cuadra le pareció desierta.
Era Primero de Mayo, y él se había quedado escondido, como tantos otros, para no asistir al desfile en la Plaza de la Revolución.