LA HABANA, Cuba, agosto (173.203.82.38) – “Los cubanos tenemos una salud de hierro. Bastante poco nos enfermamos con la cantidad de lugares sucios, llenos de bacterias y virus”, dice Miguel, un anciano residente en una cuartería de la Habana Vieja.
No se equivoca Miguel, sobre todo por estos días en que se nota un aumento de los tanques de basura desbordados en la esquinas, los ríos de aguas albañales que anegan las calles y los excrementos de perros y gatos en espera de un pisotón.
Las campañas publicitarias para crear una conciencia ciudadana sobre la necesidad de mantener el entorno libre de focos infecciosos, resultan inútiles en medio de esta realidad.
Ningún barrio de la ciudad cumple las normas de protección al medio ambiente tan importantes para armonizar la convivencia y ponerle coto a la proliferación de enfermedades.
La total falta de compromiso ciudadano para mantener la higiene en nuestras ciudades es un reflejo de la degradación social que padecemos y una negación de las estadísticas oficiales, sobre el alto por ciento de personas instruidas y la fidelidad del pueblo al partido.
“Hace más de un mes que estamos sufriendo el mal olor de esas inmundicias. Hemos planteado el problema en todas las instancias, pero seguimos en la misma situación”, se quejaba Mercedes, víctima de las pestilencias que provoca la tupición de los conductos de aguas negras de un edificio aledaño a su vivienda.
Este caso se repite una y otra vez por toda La Habana. Al caminar por cualquier calle de Centro Habana o La Habana Vieja es difícil no encontrar una tubería rota u obstruida que provoque estos infernales pestilentes desagües.
Al preguntarle por qué lanza por el balcón las sobras de la comida y el agua utilizada en la limpieza del hogar, Úrsula responde: “Total, mira cómo están las calles de sucias. Además, por aquí casi todos hacen lo mismo”.
Al rosario de agresiones al medio ambiente, hay que añadir el uso de portales, esquinas y escaleras de edificios como baños públicos, algo que se ha vuelto costumbre. En lo personal tengo la amarga experiencia de padecer con frecuencia las incursiones de personajes que vacían sus tripas en la entrada del edificio donde vivo.
De continuar esas costumbres, cada vez más generalizadas, no tardará en desencadenarse una grave crisis sanitaria. Quizás estemos ya ante esa crisis y nuestros políticos y epidemiólogos se niegan a reconocerlo.