LA HABANA, Cuba, julio, 173.203.82.38 – Conocí a Magaly hace unos días y, me pareció un personaje salido de una historia del realismo sucio cubano del Período Especial.
Cuando le conté que me se gustaría escribir sobre ella me dijo: “Te cuento, pero no digas mi nombre” y yo no pude reprimir una sonrisa, por el tumbao de oriental y porque me dijo que “ella también necesita que las cosas cambien, aunque sea un poquito”. Los nombres son falsos, pero la historia completamente real.
Hacía solo dos meses que había llegado a La Habana para “luchar” porque las cosas por allá, por Santiago, andan bien jodidas. Atrás dejó a Beyoncé, su hija de cuatro años, a Norges, su esposo, que fue su novio desde que eran adolescentes, y una carrera como maestra en una escuela primaria en el mismo Santiago.
A Beyoncé la dejó con su padre, con un par de zapatos rotos y tres varas de hambre. Le hubiese gustado traerla pero no sabía qué le iba a esperar por acá. Sin embargo, “por ese lado me quedo tranquila porque la niña sabe que le voy a mandar muchos regalos”.
Norges fue el menos contento: “qué guajiro ese más bruto, carajo”. Dice que por más que trató de convencerlo no lo logró y allá lo dejó “berreando”. El no entiende que lo hace también por él.
Cuando Norges quedó disponible, ese “blanco lloró como un niño” y a ella se le partió el corazón. Aunque a las maestras no las han despedido, da igual porque el salario no les alcanza “pa’na”. Así que venir para La Habana, a luchar, era la solución. Aceptó lo que su primo le venía proponiendo desde hacía tiempo.
“A mi nadie me obligó. No dejo de pensar en mi hombre, pero así son las cosas. Esta vez me tocó a mí, el también se ha sacrificado. Yo estoy aquí por amor”. Eso me dice y le creo.
Son muchas las cosas que se hacen por amor. Recuerdo a mis vecinos Isabel y Andrés, ambos enfermos, cuando en la década del noventa solo les daban la dosis de sus pastillas del corazón para una persona y Andrés se las daba todas a Isabel, mientras fingía que estaba bien. Un día murió de un infarto.
Con su cuerpo y su cara, a Magaly le puede ir bien en las calles de La Habana. Ella dice que se está sacrificando y también le creo. Me cuenta que en un mes ha tenido que acostarse hasta con el primo, que se está enfrentando a los leones. Todavía no ha podido mandar mucho dinero para Santiago, porque está muy endeudada.
“Le debo al primo la ropa que me compró para trabajar, la comida y el alquiler de la cama donde duermo. ¡Y yo que pensé que era gratis, que lo hacía por la familia, ja!”, dice, sonriendo con tristeza.