LA HABANA, Cuba, julio, 173.203.82.38 -El periódico Granma ha confirmado la represión oficial contra ciudadanos que incurren en el “delito” de pescar en los predios del gobierno, que son todas las aguas marinas de la Isla. Con extrema ridiculez, relaciona los vetustos implementos de pesca decomisados a los “dlincuentes”.
Como si no fuera mejor, aun para el propio gobierno, dada su probada incapacidad para asegurarle la alimentación al pueblo, que al menos legalizara la actividad de todos los que quieran pescar, educándolos en el respeto a la conservación de la biodiversidad, y facilitándoles la obtención de embarcaciones y avíos menos precarios.
Pescar no es un deporte para la gente en Cuba. Es una forma de llevar proteínas a las mesas de sus hijos. Sin embargo, resulta muy difícil la obtención de un permiso para hacerlo desde la costa. Y ni hablar de subir a bordo de una embarcación, lo cual es potestad reservada solamente a personas especialmente “confiables” para el régimen.
Y mientras, en un archipiélago rodeado de peces por los cuatro puntos cardinales, a la población se le vende una mísera ración mensual de pollo, para sustituir, dicen, el pescado que debiera corresponderle por la cartilla de racionamiento.
Ante casos como este, uno se pregunta cuál es realmente el objetivo de ese viaje tan largo que acaba de realizar Raúl Castro a China y a Vietnam, donde se supone que haya frotado con obsesión la bola mágica de los mandarines, esperanzado quizá en encontrar el secreto de la cornucopia asiática.
Sin ir tan lejos, poco le hubiera costado comprobar que tras décadas de asesoramiento asiático para el cultivo del arroz, no hay manera de que en Cuba se logren cifras significativas en su producción, y mucho menos avances en la calidad del grano. Así que en consecuencia, hay que seguir importándolo desde Brasil.
Verdaderamente no parece ser más que un cuento chino la pretensión, a estas alturas, de que los campesinos cubanos, desarraigados por absurdas políticas gubernamentales, desde 1959, adquieran, por edicto imperial, el saber milenario de los asiáticos, cuya idiosincrasia, además, es diametralmente opuesta a la del criollo.
Hoy mismo, mientras intentaba tomarme un café mezclado con néctar de chícharos y alguna otra metralla, vi cómo en un noticiero de la televisión destacaban los sobrecumplimientos en el plan nacional de producción de pulpa de frutas.
Ciertamente este año ha sido pródigo para la cosecha de algunas frutas, sobre todo las que se dan silvestres y sólo dependen de la lluvia, como el mango. Ojalá que Raúl Castro haya traído desde Asia el secreto para lograr que en los agromercados de La Habana, incluidos los estatales, el precio de cuatro mangos deje de ser mayor que el salario que gana un obrero cubano por todo un día de trabajo.