LA HABANA, Cuba, abril (173.203.82.38) – Sería insensato esperar conclusiones trascendentales del próximo VI Congreso del Partido Comunista de Cuba. Es probable que haya un discreto corrimiento de las fronteras que definen los llamados “cambios estructurales y de concepto”, pero no mucho más de lo necesario para seguir las pautas de una ambigua e incoherente agenda de prioridades.
La urgencia para llevar a cabo transformaciones económicas con el fin de sacar al país del estancamiento, y otros problemas asociados al burocratismo y el monopolio estatal sobre los medios de producción, es pura retórica. El ritmo entre los planteamientos, sugerencias y exhortaciones vertidos en cada uno de los foros de discusión a nivel político, laboral y social, supera con creces su ejecución.
La experiencia vivida desde el anuncio de los nuevos rumbos en materia económica, invita a observar el contexto con desconfianza.
Un verdadero reordenamiento requeriría de una revolución que arrasara con las taras actuales, que por su cuantía y arraigo, es imposible eliminar con medidas que acaban degenerándose en el proceso de implementación.
Por otro lado, si los dirigentes repiten que los propósitos van encaminados a un perfeccionamiento del sistema, es suficiente para moderar el optimismo frente a acciones que renegarán de un programa de cambios profundos.
Es difícil que la llamada generación histórica, que lleva en el poder más de medio siglo, proceda al desmontaje del modelo creado a partir de sus ambiciones. Ante esto, habría que pensar en la estructuración de avances calibrados que proveerían los mecanismos imprescindibles para su sobrevivencia como clase política.
Todo gobierno necesita para su legitimación ciertos valores simbólicos, aparte de las incuestionables demostraciones de autoridad, entre otros elementos que garanticen su permanencia. En el caso cubano, se ha abusado de una combinación de rejuegos populistas, nacionalismo y represión, solo sustentable con recursos provenientes del exterior. Ayer los padrinos fueron la Unión Soviética y Europa del Este, hoy es Venezuela gobernada por Hugo Chávez. Un mecenas de menor rango y limitadas posibilidades de ser un abastecedor confiable a mediano y largo plazo.
Las contradicciones internas tienden a acrecentarse debido a la demanda natural de cambios de mayor envergadura para evitar el colapso del sistema, y el temor de la élite ante una escalonada pérdida de espacios, a partir del surgimiento de antagonismos, propios de una sociedad que podría recobrar algunos derechos fundamentales.
Estas hipotéticas reivindicaciones cívicas, culturales y sociales, se decantarían de las libertades económicas a producirse en diversas áreas, si finalmente se conjugan los efectos de las luchas internas entre burócratas y renovadores.
El Congreso del Partido no debe crear demasiadas expectativas. Quizás solo sea el espacio para anunciar el abandono de otros lastres, con tal de aligerar el peso de un sistema cuya validez radica en las letras de un certificado de defunción. Tratar de animar un cadáver es en sí un lamentable desliz.
Lo que necesita el socialismo cubano es el ataúd y un entierro sin ceremonias.