LA HABANA, Cuba, noviembre (173.203.82.38) – Los centrales azucareros Argeo Martínez, de Guantánamo y Jesús Rabí, de Matanzas, este con el proyecto brasilero Vitrina, con alguna nueva maquinaria y un 89,5% de mecanización agrícola con combinadas de Brasil, comenzarán la cosecha el 1 de diciembre y se incorporarán escalonadamente a los 44 restantes, en un intento por obtener 1,4 millones de toneladas métricas al concluir la zafra en 2012. Producción ligeramente superior a la cosecha del pasado año con 1,1 millones, e igual a la lograda en 2008 con l, 4 millones, muy por debajo a períodos anteriores.
El Anuario Estadístico de Cuba de 2000 lo demuestra: la fabricación en 1993-94 fue de 3 906 300 toneladas métricas; decreció a 3 350 500 en 1994-95; la de 1995-96 subió a 4 342 900; la de 1996-1997, bajó nuevamente a 4 154 800; en 1997-98 no rebasó los 3 153 200; en 1998-99 subió ligeramente a 3 691 300; con un pequeño aumento en 1999-2000, para 3 943 900 TM.
Cuba tuvo antes de la revolución reconocida fama como productor y exportador de azúcar y sus derivados y ocupaba uno de los primeros escaños mundiales. En 1958 existían 161 ingenios: 36 norteamericanos, 121 eran propiedad de cubanos, 3 eran de españoles y uno propiedad de franceses. La producción total era de casi 6 millones de TM. Correspondía a los centrales de cubanos 62,13% de la producción; a los de norteamericanos el 36,65%; a los de españoles, el 0,95%; y al central propiedad de franceses el 0,27%.
La reciente desaparición del Ministerio del Azúcar, reducido a simple empresa significa más que reajuste de empleos, implícita la aceptación del ocaso de la que fuera primera industria nacional desde el siglo XVIII hasta el triunfo castrista de 1959, cuando comenzó el declive con la confiscación de tierras y la totalidad de los centrales azucareros, que pasaron a propiedad estatal.
El Ministerio del Azúcar se creó en 1964 y controlaba 152 centrales, 16 refinerías de azúcar crudo, 8 fábricas de levadura, 3 de cera y una de dextrosa.
La malograda “Zafra de los 10 millones” de toneladas, de 1970, apenas llegó a los 9 millones y marcó el principio del desastre azucarero.
Para lograr la producción de los 10 millones de toneladas de azúcar que quería Fidel Castro, se arrasaron bosques y siembras tradicionales para dedicar las tierras al cultivo de la caña. Se tensaron todas las fuerzas económicas y sociales bajo virtual militarización. Más de la mitad de los trabajadores y estudiantes marcharon al campo para convertirse en urgente, aunque inexperta, fuerza de trabajo. La mitad de las escuelas fueron cerradas; la producción industrial, agrícola y alimenticia cayó a niveles muy bajos. Se impuso el Período Especial con estricto racionamiento de alimentos y artículos industriales.
Peor fue la pérdida de la tradición y especialización productiva, no sólo de azúcar sino de importantes derivados como alcohol, cogeneración de energía eléctrica, pienso para el ganado, pulpa para producir papel y medicinas y la pérdida de cientos de miles de puestos laborales.
El desmantelamiento de más de la mitad de los centrales, la descapitalización de fábricas, equipamientos agrícolas, las tierras abandonadas, la reducción de las zafras, la pérdida de empleos, el abandono y saqueo de las amplias redes ferroviarias, el deterioro de carreteras y caminos, la agresión al medioambiente, la compactación de los suelos por la falta de cultivos y rotación de tierras, la erosión y el desmantelamiento de la mitad de los centrales, tuvieron un enorme impacto social sobre más de 480 mil trabajadores y sus familiares, en 125 municipios dependientes tradicionalmente del ingenio, centro de la vida y la economía locales. Esto precipitó las migraciones a las ciudades y el mayor empobrecimiento del país.
Se afirmaba antes: “Sin azúcar no hay país”. Eso parece.