LA HABANA, Cuba, septiembre (173.203.82.38) – Otra vez el régimen castrista ataca a la disidencia. El más reciente capítulo de ese monólogo fue un reportaje de la comunicadora oficialista Gisela Díaz transmitido por televisión no menos de cinco veces.
En esas arremetidas, los reporteros comunistas violan la regla de dar la oportunidad de brindar su versión de los hechos a la persona aludida. Si se recogen las palabras de él o ella, es sólo para transmitir fragmentos convenientemente editados.
Días atrás, agredieron a Yoani Sánchez. La brillante bloguera describió lo sucedido como “un regalazo de cumpleaños”, y precisó que se habló de ella “en los peores términos”, lo cual evalúa “como verdaderos elogios”. Certeras palabras. Lástima que, a diferencia del noticiero oficialista, llegaran sólo a unos pocos cubanos.
En el reportaje mencionado volvieron a arremeter contra las dignas Damas de Blanco, y pretendieron negar las agresiones físicas contra pacíficos disidentes reunidos en una humilde casa de Palma Soriano. Sería bueno preguntarles si Ernesto Carrera Moreno y otros opositores hospitalizados tras sufrir fracturas y otras lesiones, fueron o no víctimas de la violencia.
Gisela García atacó con ahínco el trabajo de Elizardo Sánchez Santa Cruz, cuya comisión realiza desde hace decenios una importante labor de monitoreo de las detenciones arbitrarias y otras violaciones de los derechos humanos que sufren los cubanos.
En su caso, el principal argumento empleado fue la inclusión, en una lista de arrestados, de Boris Pérez, Carlos Garrido y Francisco Sánchez, de quienes la reportera oficialista afirma que son —supuestamente— “integrantes de un equipo de fútbol profesional de Chile”.
En conversación con Elizardo, el líder opositor precisó un dato. La organización que él encabeza recibe denuncias de toda clase de ciudadanos. La gran mayoría son hechas de buena fe, y reflejan con objetividad la intensa represión política desatada por el régimen totalitario contra quienes se le enfrentan.
Pero no faltan provocaciones gubernamentales; personas inescrupulosas ofrecen datos falsos que permiten después arrojar una sombra de duda sobre el conjunto del trabajo. Por ejemplo, hace unas semanas, la lista de detenidos dada por un desconocido le fue presentada por un colaborador a Elizardo. Al leerla, Sánchez dispuso eliminarla, pues estaba compuesta por conocidos artistas plásticos.
En esa oportunidad, la patraña pudo ser conjurada gracias a la cultura general del activista pro democracia, pero —por lo visto— él no es aficionado al balompié, por lo cual, suponiendo que esos tres nombres —ninguno de ellos muy conocido en Cuba— hayan salido en verdad de una noticia deportiva, esta vez los datos espurios pasaron sin ser detectados.
Es evidente que los únicos interesados en un ardid de ese tipo son los personeros del régimen, pues ello les permite —como sucedió ahora— utilizar después la referencia para tratar de menoscabar el trabajo disidente.
La agitadora con título de periodista empleada en este caso, publicó la información. Pero tenemos que preguntarnos: ¿Cómo supo que esos datos espurios corresponden a miembros de un equipo chileno de fútbol?
Gisela García no se especializa en temas deportivos. ¿De dónde sacó que —por ejemplo— Francisco Sánchez era un futbolista chileno? Igual pudo haber supuesto que se trataba de uno de los dieciocho usuarios de ese nombre que aparecen en la guía telefónica de La Habana.
Y en lo que atañe a Boris Pérez y Carlos Garrido, suponiendo que sus nombres sean ciertamente falsos, ¿por qué supo ella de inmediato su condición de deportistas chilenos? Con idéntico fundamento hubiera podido afirmar que se trata de obreros mexicanos, o médicos españoles, o granjeros argentinos, pues de seguro en esos países habrá personas con los mismos oficios y nombres.
Para quien ignore las sórdidas interioridades de un régimen totalitario, el asunto podrá aparecer incomprensible, pero no para quien las conozca por haberlas sufrido en Cuba durante medio siglo.
La explicación es sencillísima: La policía política, encargada de denigrar a todo el que se niega a aplaudir, ordena a algún agente que dé el dato simulado. Acto seguido, lo informa al encargado de redactar el panfleto. Es así como el titulado periodista sabe de dónde salieron los nombres falsos.
De paso, invadiendo la privacidad de las personas, utiliza grabaciones de conversaciones telefónicas particulares, fotos y otros materiales que sólo Seguridad del Estado pudo haber obtenido gracias a la absoluta impunidad de la que goza.
Es así como se hace “periodismo” hoy en Cuba. Pero lo importante es que el régimen, al recurrir a esas artimañas, demuestra estar preocupado. Están conscientes de la creciente indignación de la opinión pública internacional ante las denuncias de sus atropellos que hace la aguerrida prensa independiente.
Felizmente, los demócratas cubanos no estamos solos.