LA HABANA, Cuba, agosto, 173.203.82.38 -A las 5 en punto de la tarde, los rockeros peregrinos de la capital deteníamos el paso para sintonizar Radio Ciudad de la Habana. A esa hora, entre lunes y sábado, la emisora nos regalaba un oasis en medio de la monotonía sonora. Por ese tiempo, “El Programa de Ramón” había superado los dos años de vida en el éter, y los “trashers” y “speedmetaleros” de entonces esperábamos la voz inconfundible que anunciaba nuestra sección preferida, denominada “La perrera”. Allí sonaban, sin misterios ni artilugios, Slayer, Sodom, Metallica, Megadeth….
Estaba el “Patio de María”, desde diciembre de 1988, marcando su impronta, la cual se nos haría aún mas imprescindible en lo adelante. En los días que marcaron la frontera exacta entre los meses de mayo y junio de 1990, la ciudad de Santa Clara se convertía en la meca del rock en Cuba. Allí, estaban Zeus, Alto Mando, Sentencia, Gens…y las cámaras y micrófonos de la Televisión Nacional.
Aquella atípica presencia mediática, respondía a la iniciativa de los realizadores de un programa llamado “En Confianza”, el cual se transmitía los sábados, por el canal Tele Rebelde, a las 2 00 PM. Una señora mayor comentaba que no había visto tantos hombres con pelo largo en esa ciudad desde que los rebeldes la tomaron, en 1959.
Los parques eran los lugares de reunión y vida social, y los rockeros éramos fácilmente diferenciables. En la capital, se deambulaba entre Coppelia y la antológica esquina del cine Yara. Pocas veces teníamos sosiego. En la calle K, entre 21 y 19, la PNR (Policía Nacional Revolucionaria) tenía establecido un centro de detención, denominado Punto 114.
Los efectivos de esta fuerza represiva realizaban operativos, durante el fin de semana, en la denominada “Catedral del Helado”. Curiosamente, en estas redadas, el objetivo prioritario eran los jóvenes con el pelo largo y atuendo “atípico”. Más de una madrugada de sábado para domingo tuvo que pasar quien esto escribe detenido sin causa ni razón, por el simple hecho de ser precisamente joven y llevar el pelo largo.
Los chistes sobre el anunciado, pero todavía imperceptible, “Periodo Especial”, estimulaban la imaginación de unos y la lógica preocupación de otros. Mientras tanto, en Europa del Este, el Socialismo Real jugaba a la ruleta rusa, con un dedo de la mano derecha sobre el gatillo y la mano izquierda tapando los ojos, con fría y calculada temeridad.
Justamente por ese tiempo, en 1990, se abrió en la por entonces Casa Estudiantil de la Víbora, una denominada Feria Rock. Esta feria funcionó, todos los domingos, desde la mañana hasta la tarde. Al pasar al interior de la casa, en el penúltimo salón a mano izquierda, se podía disfrutar de música grabada. Al llegar a la parte trasera, previa al patio y techada, en una esquina de la habitación, a mano derecha, se podían intercambiar o comprar las placas o discos de acetato de grupos clásicos o de ese momento.
En el patio se hallaban varias mesas dispuestas en fila, dentro de un insuficiente espacio, donde se vendían afiches, sellos y parches promocionales, revistas internacionales y, esporádicamente, t-shirts. También allí estaban Tony, Wilfredo, Mauricio… comercializando y ofreciendo el servicio de grabaciones en soporte analógico (casetes), porque es bueno recordar que el soporte digital (CD) apenas comenzaba a ser conocido en Cuba. Rockeros de todos los municipios de la capital, e incluso de otras provincias, llegaban a esta feria como quien acude a la Meca o a un oasis.
Sin embargo, los fantasmas represivos que han acompañado siempre al rock en Cuba, se corporizaron una vez más. Apenas un año después de su apertura, desapareció la ya renombrada Feria Rock de la Víbora. La orden fue dada y cumplida por las incompetentes “autoridades competentes”.
En el verano de 1991, se celebraron en Cuba los Juegos Panamericanos. El evento atrajo a los principales medios de prensa de este hemisferio y, en específico, los tráileres de varias televisoras norteamericanas se emplazaron en la parte trasera del hotel Habana Libre (antiguo Habana Hilton).
Seguramente, por esa causa, la policía dejó tranquilos a los rockeros en aquel pequeño parque de la esquina de calle L y 21, Vedado. A este sitio nosotros le pusimos por nombre el (sintomático) de: “Parque de los Obstinados”.
Un día amanecimos con la noticia de una muerte que, no por anunciada, dejó de apretarnos el pecho como una sobrecogedora corazonada. El percutor había atinado con la bala en el directo del revólver, y la ruleta rusa convertía en cadáver al denominado Socialismo Real.
El muro del malecón se convirtió en símbolo de resistencia, para unos, o fórmula de supervivencia para otros. Muchos escaparon de esta isla, que despertó de un sueño, a la deriva en la oscura garganta de la pesadilla.