LA HABANA, Cuba, mayo, 173.203.82.38 -No hay manera de elaborar un reportaje, apropiadamente documentado, sobre la situación laboral en Cuba. Las fuentes que deberían proporcionar la información prefieren, en el mejor de los casos, dosificar las estadísticas. Ante las indagaciones con el fin de armar un trabajo periodístico serio, se erigen los muros del silencio y la retórica que busca la legitimación del embuste.
¿Qué veracidad puede esperarse de una información hecha con mentiras y medias verdades estructuradas a conveniencia de la burocracia del partido único?
Ariel Terrero, periodista de los medios oficiales, se quejó recientemente de estas dificultades al investigar para abordar el tema del proceso de reducción de plantillas, anunciado por el presidente Raúl Castro como parte del llamado proceso de “actualización” del socialismo.
La falta de transparencia en la información sobre la implementación de los despidos, respecto al número exacto de personas afectadas, sus edades, género, entre otros detalles, fue expuesta por Terrero, hace unos días, en un espacio televisivo matutino.
Terrero se especializa en temas económicos y generalmente suele abordar tales asuntos desde una perspectiva bastante crítica, algo que -no obstante su importancia y mérito, dentro de unos medios caracterizados por la total censura y parcialización- podría ser una táctica gubernamental para crear la ilusión de que en Cuba existe la libertad de palabra. Sin el recurso de controlar y distribuir la información a sus antojos, el partido comunista no hubiese logrado implantar récord en el usufructo del poder.
Las opiniones del periodista apenas rozan los mecanismos de poder. Más allá de lo que diga o piense Terrero, de su lógica y honestidad, lo cierto es que sus puntos de vista no tendrán el eco e impacto necesarios para crear un nivel de conciencia, que posibilite una guerra frontal contra este flagelo. Al final las críticas más acerbas terminan diluyéndose en un ambiente marcado por la apatía y el temor.
Además, cuando es necesario otros periodistas son utilizados para matizar las opiniones demasiado críticas; utilizando un tono más contemporizador, menos incisivo. La preservación del modelo socialista y el énfasis en no hacerle el “juego al enemigo”, son el mantra que permite justificarlo todo y continuar el regodeo en la mediocridad.
Mientras no haya una verdadera reforma estructural e institucional, que permita el desarrollo de una sociedad civil independiente, así como la existencia de partidos de diversos signos ideológicos, y medios de comunicación libres que no dependan de las finanzas estatales, continuarán la falta de transparencia, el estancamiento y el burocratismo.
En el año en curso, según el plan, deben quedar desempleados 170 000 trabajadores del sector estatal. Pero, como todos sabemos, la verdadera cifra nadie la sabrá y los números no se podrán verificar, tal y como ocurrió las anteriores cesantías.
Qué podemos esperar, si, después de exaltar con bombos y platillos, durante décadas, los logros de la economía socialista, el pleno empleo y los éxitos productivos, ahora las mismas personas y los mismos medios nos dicen que sobraban más de un millón de trabajadores en las empresas del Estado.
En conclusión, Ariel Terrero, al quejarse de las evasivas y el hermetismo de las fuentes, en sus intentos por obtener información, confirma la inamovilidad de los dogmas y el mantenimiento de una mentalidad retrógrada.
La única novedad en estos reproches de Terrero y otros periodistas oficialistas es las plumas de donde proceden. Por denunciar esa y otras anomalías, mucho antes, decenas de sindicalistas y comunicadores independientes han ido a la cárcel.
Además, todos sabemos que para criticar al gobierno desde los medios oficiales hay que estar autorizado, y los límites fijados por los supervisores del gobierno y el partido están muy bien definidos. Un desliz puede costar caro.