LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – Sólo esperó al año nuevo para despedirse. José Ávalos, el amigo y compañero de tantas batallas por la democracia, se despidió para siempre, y su adiós, no por esperado, fue menos doloroso. La penosa enfermedad se ensañó en él y lo puso para siempre en la memoria.
De dónde salió hombre tan bondadoso, no lo sé. Mientras que algunos tienen mucho y no comparten nada, su casa fue el hogar de los desarrapados de la ciudad, de los alcohólicos y marginales. Para todos, tenía una palabra de aliento, la sonrisa, el chiste oportuno y una honestidad a toda prueba.
Junto a Martha, quien murió hace dos años, Ávalos formó un matrimonio de buenas personas y mejores intenciones. Por su humilde apartamento pasaron todos, de la ciudad y el campo. Siempre había un trago de café para el visitante, que a veces salpicaba con una pizca de pimienta. Así era él, siempre dispuesto, con la mesa del comedor llena de trastos, que prometía arreglar, y lo hacía cuando estaba de buen ánimo.
Su amor a los niños fue infinito, y su biblioteca independiente, Henry Reeve, estaba llena de libros, que leyeron amigos y enemigos, que al final rendían tributo a la cultura que poseía.
En su casa, en Virtudes 509, Centro Habana, nacieron varios proyectos: Corriente Martiana, Agencia de Prensa Hablemos Press, y otras iniciativas ciudadanas que encontraron allí un escenario para ser debatidas y crecer.
Su nombre no será impreso en los diarios, ni hablarán de él los historiadores. Como aquel mambí muerto en la soledad de la manigua, Ávalos quedará en la memoria de sus amigos.
Descanse en paz, mi socio Ávalos.