LA HABANA, Cuba, julio, 173.203.82.38 -Fue el 15 o el 16 de julio de 1994 cuando Ángela Medina, tía de mis hijos, me pidió la acompañara a una casa del reparto la Purísima, municipio Cotorro, donde velaban a los vecinos suyos tirados a la bahía de La Habana por los cañones de agua disparados por los militares que hicieron naufragar al remolcador 13 de marzo, en el cual debió partir rumbo a la Florida con su esposo, hijos y decenas de desesperados por la penuria y la falta de oportunidades.
Ángela, Jesús, Mileidis y Miguel Ángel les deben la vida a la premura del chofer que olvidó recogerlos en medio del secretismo y el apuro por la partida. Sentían pues, alivio, frustración, rabia y dolor por los amigos muertos, cuyos parientes se negaron a despedirlos en la funeraria municipal, bajo control de los agentes de la Seguridad del Estado, listos para sofocar posibles estallidos ante el crimen cometido por ejecutores de órdenes del máximo nivel gubernamental.
No olvido el rostro de tragedia de aquellas personas llorosas y contenidas, sorprendidas por la información del desastre y por la ofensiva de las autoridades. A unos pasos del mercado de la Purísima estaban los uniformados, prestos a detener y encarcelar, cual autómatas sin piedad.
Un mes después, Jesús se tiró al mar en una balsa y fue llevado a la Base Naval de los Estados Unidos en Guantánamo, convertida en campamento provisional de 40 mil balseros, dentro de los cuales había sobrevivientes del remolcador 13 de marzo, quienes testimoniaron la tragedia ante las cámaras de la nación norteña, a pesar de haberse auto inculpado en La Habana bajo amenazas a fin de corroborar la versión oficial del suceso.
Aquel hecho, oculto aun en la isla bajo siete candados, es un escándalo internacional. El esmero de las autoridades en proteger a los ejecutores y silenciar las secuelas del asesinato evidencia las sinrazones del poder. Al impedir violentamente el desvío del viejo remolcador cargado de niños y jóvenes se enviaba un mensaje de horror a los millares de entusiastas por la partida.
Las secuelas familiares redondean el trauma, más el aluvión marítimo de agosto de 1994, la firma de los tratados migratorios con los Estados Unidos, las salidas ilegales posteriores y otras alternativas de éxodo hacia México, Bahamas, Venezuela o Ecuador enmascaran el problema real. La inmovilidad sociopolítica del país sigue alimentando el sueño de escapar del “paraíso socialista”.
Apenas sé de Ángela y los suyos, viven en la Florida junto a los familiares de las víctimas del remolcador 13 de marzo, no quieren saber de Cuba ni de las circunstancias que los llevaron a abandonar el país donde crecieron. Tal vez en breve, aquel “escarmiento marítimo” del 13 de julio de 1994, sea un capítulo del pasado y los culpables rindan cuentas por la infamia.