LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -A los 56 años Enrique Babastro Batista, natural de Guantánamo, reconoce haber sido uno de esos chiquillos que integró la oleada humana crecida bajo consignas, arropada por “el futuro luminoso” que enganchó a su generación desde las tribunas y carteles que rediseñaron el entorno urbano de Cuba en la década del sesenta del siglo pasado.
Aunque por su franqueza tropezó varias veces con las autoridades escolares y con funcionarios de la Flota de pesca, a la cual se integró en los años mozos para ganarse la vida y encauzar su pasión por el mar, no imaginó que terminaría siendo un “incorregible” por gritar algunas verdades y desatar “el sueño libertario” que le inocularon los maestros y los militares que influyeron en su formación.
Ahora, con medio siglo en las costillas y con más frustraciones que medios para vivir, Enrique integra la nómina de los hombres encanecidos que se toman tres tragos en los bares baratos de La Habana y hablan del pasado personal y colectivo, rodeado por un par de amigos que lo ven todo gris.
En días pasados, al verme hacer unos apuntes en una institución del Vedado, donde coincidimos en una cola, Enrique me preguntó la profesión e insistió en contarme su historia. Para evitar dudas sacó de su bolso una cartera en la que conserva, a modo de archivo, varios certificados y documentos oficiales que corroboran parte de su verdad.
“Cuando vine de Guantánamo me establecí con mi madre y hermanos en Campo Florido, cerca de Guanabo, luego nos mudamos al centro de la capital. Todo fue bien hasta que en 1983 caí preso por primera vez al enfrentar el desalojo de mi madre en Aranguren y Final. Entonces supe que Cuba era una celda enorme delimitada por sus costas. Pasé por el Combinado del Este, por el Cinco y Medio en Pinar del Río, por dos cárceles de Camagüey, Guantánamo, Guanajay, otra vez Pinar del Río y la 1580 de San Miguel del Padrón. Conocí a Antúnez, a varios prisioneros de la Primavera Negra del 2003, a Néstor Rodríguez Lobaina y a otros que como yo fueron testigos de golpizas, huelgas de hambre y problemas inenarrables”.
“En Pinar del Río conocí al capitán Orlando Rodríguez Pedraza, quien le disparó a mansalva a un prisionero que intentó escapar. Conocí también a Cornelio el santiaguero, que mató a Chapman por quemar la bandera del 26 de julio. En el Combinado del Este, la más grande de todas, mejor ni contar. Recuerdo, por ejemplo, al mayor Darío, que apoyó al primer teniente que acabó con el difunto Rey, vecino de 31 entre 31 y 35, en Playa”.
“Sí, claro, esas cosas no pasaran si las autoridades adoptaran medidas ante las denuncias pero ellos no piensan en los reclusos como seres humanos. En Guantánamo, en marzo de 1997, el mayor Yoel Casamayor y Pablo Reyes, de Orden interior, junto a Vito Reyes, jefe de reeducación, por poco matan a Néstor el baracoeso, al cual apoyé en su protesta contra la mala comida, una especie de pienso animal”.
Enrique ya es libre, pero no tiene casa propia, ni hijos ni mujer, aunque dispone de una chequera mensual y sobrevive realizando trabajos por encargo que apenas le alcanzan pagar el alquiler y la comida. Tal vez por eso cuenta su historia y muestra los documentos para demostrar que fue, ante todo, un prisionero de conciencia “en la isla del doctor Castro”.