LA HABANA, Cuba, mayo, 173.203.82.38 -Varios hitos han jalonado la historia de Cuba después de 1959 marcando puntos de giros y segmentando la vida nacional, en períodos más o menos delimitados. Ninguno, sin embargo, ha sido tan definitorio en la conciencia de los cubanos crecidos bajo las dos primeras décadas del sistema como lo fue, en mayo de 1980, el éxodo de Mariel.
Mariel no solo se convirtió en el primer gran plebiscito masivo y espontáneo de rechazo al proceso “revolucionario”, sino que sacó a la escena pública el lado más oscuro de éste. El horror de los mítines de repudio con su aquelarre de odio, insultos y golpizas a los que emigraban; la chusma azuzada –cubanos atropellando a cubanos– por orientaciones expresas del gobierno y con el apoyo de las “fuerzas del orden” fue la pesadilla que vivimos, no solo los que partieron, sino también los testigos, que despertamos así de la hipnosis.
Han transcurrido 33 largos años desde los sucesos, y numerosas experiencias de los que partieron de Cuba se han vertido en la literatura, en el periodismo, en el cine y hasta en tertulias especialmente dedicadas a la memoria y al recuento de aquellos nefastos días. Mucho se ha dicho sobre lo que significó Mariel para las víctimas del odio, para los perseguidos por las turbas, para los que murieron en medio del vértigo social o de las olas en las embarcaciones atestadas. Nunca será suficiente. Mariel abrió heridas que no cerrarán por completo hasta que se reconozca el daño causado en el espíritu de la nación por aquel capítulo de humillación.
Posiblemente tampoco alcancemos a entender cómo pudo reinar tanta cobardía entre los cubanos, unos por agredir como fieras a personas inocentes e indefensas; otros por asistir callados a la orgía de brutalidad o simplemente por mirar hacia otro lado.
Poco o nada se ha divulgado dentro de la isla sobre Mariel. Las imágenes de las golpizas y las persecuciones han sido celosamente ocultadas, quizás incluso destruidas, por los dueños de la información. Los jóvenes de las generaciones posteriores no tienen un referente oficial de aquellos hechos; la fecha no está incluida en la lista oficial de efemérides glamorosas y la mayoría de la gente que quedó en Cuba prefirió callar, quizás por vergüenza, o para tratar de olvidar que alguna vez hubo cubanos que descendieron, sin esfuerzo, hasta la condición de bestias.
Pero Mariel también tuvo un legado luminoso, no solo para los emigrados que alcanzaron sus sueños y proyectos de vida tras el triste episodio, sino además para los que desde entonces rompimos con el sistema y despertamos para descubrir la verdadera esencia de una dictadura. Se abrió una nueva etapa en la conciencia nacional, en la que muchos perdimos la inocencia, y comenzamos a cuestionarnos el sistema político y a reorientar el rumbo. Mariel fue simiente y cuna de una hornada de cubanos que a partir de 1980 evolucionó desde la incredulidad hasta la crítica, desde el desengaño hasta la disidencia.
Para muchos de nosotros dentro de Cuba, Mariel fue la cura dolorosa, el fin del romance con una falsa quimera y el inicio de la libertad interior. En buena hora.