LA HABANA, Cuba, agosto (173.203.82.38) – El lunes temprano Evelio, en compañía de su esposa, tomó un ómnibus para dirigirse al Vedado, y asistir a la consulta con el médico, a las ocho y media de la mañana. Santiago de las Vegas, municipio donde reside Evelio, quedaba atrás, el viaje se tornaba más incómodo, pues el metrobús se iba llenando en cada parada.
Las personas, ansiosas por llegar puntuales a su destino, se empujaban en busca de un espacio. Cuando el chofer se saltaba alguna parada, Evelio sentía un gran alivio. Al bajar del ómnibus, su esposa le dijo: “Parece que nos cayó un aguacero por lo sudados que estamos”.
Llegaron al hospital a las nueve, y ahí empezó lo peor. En la sala de espera no había asientos vacíos. La mayoría permanecía de pie la caza de uno. El hospital oncológico, donde se encontraban, se reparó recientemente, pero allí no hay ventiladores, y los aires acondicionados se mantienen apagados, debido a la política de ahorro de energía del gobierno.
Llegó un vendedor de periódicos, y enseguida se acabaron. Al menos servían como abanicos. Evelio no alcanzó, así que tuvo que conformarse con una revista que estaba disponible. Después de abanicarse la hojeó, y leyó un artículo acerca de cien especialistas cubanos, que elaboraron varias guías alimentarias para la población. Evelio comentó el texto en alta voz, despertando el interés de los presentes, que lo conminaron a que leyera en alta voz: “Si el dinero que invertimos en una flauta de pan, en croquetas, fritas, gaseosas, etc., lo invertimos en vegetales, frutas, frijoles y viandas, su salud y la de su familia lo van a agradecer”.
Y cuando leyó que un buen día comienza con un desayuno, una señora, que hasta ese momento se mantuvo callada, dijo en alta voz, para que todos la escucharan:
-¡Pero esos especialistas son extraterrestres! ¿Dónde están los frijoles, las frutas, los vegetales, el café con leche, el huevo, el jamón, el pan con mantequilla para el desayuno? Cuando aparecen no hay chivo que los brinque de lo caros que son. Buen desayuno, esta gente sí que vive en la luna de Valencia.
La revista pasó entonces de mano en mano, y el pobre Evelio y su esposa se quedaron sin abanico.