LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – “Mi nombre es Esteban. Tengo 24 años. Soy de Jamaica” –dice el hombre, y sonríe.
-¿De Jamaica? ¿Y qué hace en Cuba, en este trabajo tan difícil?
– No, Jamaica la isla no, es un pueblo de Guantánamo que si das un brinco caes en Haití. Vinimos a cortar marabú.
-¿Sus compañeros también don de Guantánamo?
-Seis de Guantánamo. Los demás de otras provincias. En total sesenta y uno.
-No entiendo por qué si más del 65 por ciento de las tierras están copadas por esa planta vienen a La Habana a tumbarla.
-Para reunir dinero y ayudar a la familia. Lo que ganamos allá no alcanza ni para comer. En provincias pagan poco por el desmonte de marabú. Eliminarlo de las tierras estatales está incluido en el escaso salario, sin pago extra. Los habaneros no quieren saber del marabú. Prefieren cualquier otra cosa. Pronto, con millón y medio de desempleados muchos tendrán que meterle el pecho.
Los trabajadores reunidos pudieran ganar más y ayudar a salir de la crisis energética si fabricaran carbón, utilizando el quebracho blanco, el binal o el guayacán, que dan excelente carbón de gran poder calórico, pero los queman. Según las autoridades eso atrasaría el corte de marabú. Estos hombres estarían dispuestos a emplear parte del descanso para velar los hornos de carbón, pero el administrador no acepta.
-¿Dónde está el campamento de ustedes?
-¡Es ese!
-No han entendido, pregunto por el albergue donde viven, comen, descansan.
-El que no ha entendido es usted. ¡Esa es nuestra casa!
Señala hacia un establo abandonado. Todavía se lee: El Cerezo-Vaquería 37. No tiene paredes que protejan del frío del invierno, del sol, la luna, la lluvia. Sólo pedazos de cartón, zinc, tablas.
Miriam Madernás, residente en Campo Florido, pueblo cercano a El Cerezo, amiga de varios desmontadores, se suma a la conversación.
-Tampoco tienen luz eléctrica, ni agua corriente, se bañan a la intemperie, cocinan en fogones improvisados con piedras, duermen en hamacas. Viven como salvajes. Algunos aspiran a casarse para quedarse en La Habana. La distracción principal es ir al pueblo a beber. Andan en grupitos.
-No podemos alejarnos –dice Esteban-, si la policía pide carné y comprueba que no somos de aquí nos puede multar y deportar por ilegales. Trabajamos duro, todos los días, de sol a sol, pero no nos quejamos. Ganamos suficiente. No hay burocracia ni nadie que te obligue No queremos perder nuestro trabajo, importante para todos.