LA HABANA, Cuba, septiembre, ww.cubanet.org -Es sábado, son las seis de la tarde, y Anaydée está con Carla, su pequeña hija, en el “área recreativa infantil” del conocido mercado de Carlos III, en Centro Habana. Cada vez que puede ella destina algunos ahorros a complacer a su pequeña llevándola a montar los aparatos tragamonedas que, por 25 centavos de CUC, mecen o sacuden por algunos breves instantes a los afortunados chiquillos cuyos mayores se pueden permitir “el lujo” de pagarles la efímera diversión. Un puñado de artefactos electromecánicos hace la delicia de los niños a la vez que muerde los bolsillos de padres y abuelos. Después de todo, 25 centavos por una sonrisa infantil parece un precio módico.
El centro comercial Carlos III es probablemente el más conocido y concurrido de todos los que venden en divisas en la capital. Quizás es también el más “popular” en Cuba, a juzgar por la presencia de clientes de todas las provincias que circulan a diario por él, en especial los fines de semana.
Versión reducida y tropi-comunista del típico mall de las economías de mercado y enclavado en uno de los municipios más populosos de Cuba, este es un punto clave del agitado tránsito humano de la ciudad. Puede haber lluvia, calor, frío o amenaza ciclónica, pero el mercado de Carlos III jamás está vacío, lo cual se justifica quizás porque –a pesar de la insuficiente y casi siempre deficiente oferta, o de la mala atención al cliente– allí se concentra cierta variedad de servicios: cafeterías, departamentos de tiendas, mercado de alimentos, ferretería, agencias de viajes, servicios de la Western Union y áreas de recreación infantil, entre algunas otras.
Por eso Anaydée, residente del propio municipio, madre soltera y trabajadora, que tiene poco tiempo para dedicar al esparcimiento de su pequeña, visita la sección infantil del centro comercial cada vez que sus actividades económicas colaterales (venta ilegal de ropas y otros artículos) le permiten hacer los gastos extra de balancear a Carla en los añorados “aparatos” y compartir juntas una comida ligera.
Pero por estos días Anaydée me comentaba su preocupación con lo que está ocurriendo en el “área infantil” de Carlos III. Cree que dicho lugar no resulta el más adecuado para un paseo infantil. Los equipos destinados al esparcimiento de los pequeños están enclavados justo en medio de un verdadero abrevadero de bestias adultas: una barra y dos expendios de cervezas y otras bebidas alcohólicas son el entorno que acoge a los carritos, caballitos, juegos y demás distracciones destinados a los chiquillos, en mezcla tan caótica y promiscua que resulta literalmente imposible aislar a los niños del despelote vulgar de beodos y de toda clase de crápula que suele reunirse en el área. Anaydée está segura que allí “se está violando algo”.
Si bien en Carlos III las áreas de los equipos infantiles de diversión parecen concebidas para la comodidad de las familias que hacen sus compras en el centro comercial, con servicio gastronómico incluido, lo cierto es que ha devenido comedero-bebedero de un conglomerado humano de la más diversa composición moral, donde las familias decentes se ven involuntariamente mezcladas con capas marginales que aportan su dosis de groserías, actitudes vulgares y palabras soeces al entorno. Así, los niños que disfrutan de los juegos están sujetos a conversaciones inadecuadas y a toda suerte de situaciones inconvenientes entre los adultos circundantes, muchos de éstos completamente ebrios, mientras otros consumen bebidas alcohólicas y fuman muy cerca de los menores. Dicha situación suele agravarse a medida que avanza la tarde. Basta visitar la referida área entre las 7 y las 8 de la noche, fundamentalmente los fines de semana, para detectar el mal ambiente que reina allí, derivado del detritus social que se concentra a consumir los frutos de sus trapicheos ilícitos, incluyendo el tráfico de estupefacientes y la prostitución. El centro comercial de Carlos III tiene muchas caras.
Por lo común, incluso en la Cuba de los Castro, los lugares destinados al esparcimiento infantil tienen prohibida la venta de bebidas alcohólicas. Una medida coherente con el principio de que los niños deben recrearse en un entorno moralmente sano y ejemplar. Tal es el caso, digamos, de los parques infantiles aledaños a La Maestranza y al Anfiteatro de La Habana, en el Casco Histórico.
No obstante, el ansia compulsiva de recaudar divisas está pasando por encima del interés en la formación moral de nuestros niños, así que la gerencia de Carlos III –otras no me constan– no parece muy comprometida con el llamado oficial a “rescatar los valores perdidos”. Se trata de garantizar la venta, lo demás no tiene mucha importancia. Después de todo, estamos hablando de un lugar de Centro Habana… ¿Acaso alguien ha visto a un General en el mercado de Carlos III?