LA HABANA, Cuba, julio, 173.203.82.38 -Alejo Carpentier dedicó uno de sus textos memorables a las columnas que sostienen los portales de La Habana Vieja. Buen caminante en su juventud, el escritor admiró la profusión de nuestros modelos de columnas, pertenecientes a una época de oro en la arquitectura nacional.
Hoy, la mayoría de los portales habaneros están sucios y ruinosos, debido a la desidia, con la mayoría de sus columnas rajadas y rotos sus capiteles. Los portales de las casas que antes servían para protegernos del sol y de la lluvia o para sentarnos a tomar el fresco y converser, ahora sirven para colgar en tendederas la ropa que venden los nuevos vendedores por cuenta propia. Su utilización como locales comerciales improvisados; espacios rentados por los dueños de las casas a los cuentapropistas para la venta de ropas, zapatos, bisutería, discos compactos, etc., representa un nuevo fenómeno: la capitalización de la superficie habitable como medio de subsistencia. Los moradores rentan los portales, y a veces también la sala, si la vivienda no tiene un portal o tiene uno muy pequeño; el objetivo es lograr algún ingreso.
Partes de Centro Habana y de algunos municipios populosos, como 10 Octubre o El Cerro, donde abundan las antiguas casonas con amplios portales, han visto prosperar modestamente sus economías, y algunas ofrecen una imagen menos deslucida después de haber sido pintadas sus fachadas.
Muchos -que todavía recuerdan aquella gloriosa Habana pre castrista, llena de verdaderos comercios- critican el abigarramiento y los colorines de las prendas, colgadas en percheros o sostenidas por horquillas, que ofrecen al transeúnte un panorama tercermundista, pero impensable en decenios anteriores.
Junto al polvo de los edificios ruinosos y la mugre de las paredes, estos tercermundistas “portales comerciales” son el nuevo rostro de la otrora Paris del Caribe, una ciudad que antes de 1959 fue famosa su comercio, por las exquisitas decoraciones de las vitrinas de sus grandes tiendas y por la elegancia de sus habitantes.
Muchos de los vendedores de los portales son trabajadores cesanteados por el Estado, o que dejaron sus mal pagados empleos y encontraron en la venta y reventa de cualquier cosa una forma de ganar algunos pesos para sobrevivir en espera de tiempos mejores. La mayor parte de ellos es relativamente joven y son mayoritariamente mujeres. Todos parecen entender que esto de vender en los portales no es suficientemente rentable como oficio permanente.
Para ganarse unos 20 o 30 pesos diarios, y hasta 50 (dos dólares), los días buenos, los vendedores pasan entre ocho y diez horas sentados en sus portales anunciando su mercancía. Mientras, otros aprovechan para venderles a ellos comida. De esta manera va creciendo un tejido comercial incipiente, pero generador de economía, aunque a muy pequeña escala.
Noris, una joven mulata, vende sus productos en un portal de la calle Galiano. Su mercancía viene del extranjero, generalmente de Ecuador, Colombia y Venezuela. Me cuenta: “Tengo una amiga enfermera, que está en Venezuela trabajando, y cada vez que alguno de sus compañeros viene de vacaciones, me manda un paquetico con blusas y cositas que aquí se venden bien. Luego, le pago a sus hijas, y de esa manera, ella les ayuda”.
Romi, una ex maestra, Licenciada en Español, ahora vende zapatos a la entrada de un edificio, y me dice: “No podía seguir matándome con los chiquillos malcriados de la Secundaria Básica por tan poco dinero. Ahora gano más y trabajo en la puerta de mi casa”.