LA HABANA, Cuba, septiembre (173.203.82.38) – Cada vez que tiene la oportunidad, Diana va a Cienfuegos a visitar a su familia materna. Este año, cuando llegaron las vacaciones, invitó a Felicia, su amiga y compañera de trabajo, que quería conocer la “Perla del Sur”.
Después de varios días de cola en la agencia de pasajes, pudieron al fin viajar a Cienfuegos. Cuando llegaron Felicia sintió un fuerte olor a estiércol; pensó que se había embarrado y revisó sus zapatos. Le pidió a su amiga que hiciera lo mismo, pero no eran ellas, era el ambiente. Entonces fueron a buscar un transporte que las llevara a casa de la familia de Diana.
Apareció algo con más aspecto de carromato que de coche, con estrechos asientos de hierro a ambos lados. Cuando Felicia no había subido el conductor arrancó y poco faltó para que se cayera de espaldas.
Felicia había oído hablar tanto de la limpieza de la ciudad, del agradable olor que llegaba del mar, que no se explicaba el mal olor que la perseguía. Se tapó la nariz porque no sería ese olor lo que la privaría de conocer Cienfuegos.
Esa noche, cuando las amigas se disponían a visitar el Paseo del Prado para retratarse junto a la estatua de Benny Moré, la abuela de Diana les explicó: “Antes de que llenaran de coches el Paseo, la ciudad se mantenía limpia, pero ahora me parece que vivo en la época del oeste americano. Esos carromatos han traído a la ciudad cucarachas y ratas que vienen a comer el estiércol de los caballos”.
Felicia comprendió entonces el mal olor, y tuvo la impresión de que estaba en un establo. La abuela añadió: “Y tengan cuidado, que a las ratas también les gusta pasear por el Prado”.
Las jóvenes pensaron que la anciana exageraba. Pero ya sentadas en un banco del Paseo, vieron una rata que paseaba descaradamente por el borde de la acera. El roedor las miró con aire desafiante y continuó como si nada, antes de entrar en su guarida.
Concluidas las vacaciones y listas para regresar a La Habana, en la terminal de ómnibus les informaron que la guagua saldría con retraso hacia la capital porque estaba en el taller de reparaciones. Mientras esperaban, repararon en aquel sitio, con las ventanas de cristales cerradas y sin ventiladores. Los cienfuegueros lo llaman “la pecera”. Y no es para menos.
El olor a orine en el lugar era insoportable. Hace un año que en la terminal provincial no hay agua y la suciedad prevalece en los salones. Felicia realizó un último esfuerzo y trató de pensar en otra cosa. Se empeñó en que el último recuerdo que se llevaría de la “Perla del Sur” no sería el olor que estaba sintiendo.