LA HABANA, Cuba, febrero (173.203.82.38) – Los mambises, de La Plaza de la Catedral, es un grupo musical (veteranos por la edad), cada uno con su historia, unidos más por la necesidad de luchar por la supervivencia que por sus inquietudes artísticas.
Estos mambises cultivan la música tradicional cubana, mezcla de vieja trova santiaguera, guaracha, son y algunos ritmos de nuestros días. Pero siempre con el perfil de la contagiosa música autóctona, que obliga a los turistas a mover el cuerpo.
Están ahí, casi todos los días de la semana, en la plaza, pero un poco apartados. Y aunque no disponen de altoparlantes, el sonido de sus voces e instrumentos llegan hasta las mesas esparcidas en el centro de la plaza, atendidas por los camareros del restaurante El Patio.
Hay otra orquesta en la plaza, que toca música más moderna y se sitúa a pocos metros de los turistas. Usan discretos altoparlantes, de manera que su música no moleste, mientras el grupo Los mambises permanece un tanto lejos, pero también se oye si uno presta atención o se acerca.
La cantante es quien, sin dejar de cantar, extiende el sombrero de guano para que todos “cooperen con el artista cubano”. Tienen sus propios CD con buenas carátulas, donde están grabados (en estudios improvisados) entre 15 y 20 canciones de su repertorio.
Lo interesante es que, a pesar de la proximidad, las dos orquestas no se repelen. Hay en el sonido de ambas hasta empatía cuando tocan simultáneamente. Aunque en los minutos que estuve en el lugar me percaté que a veces, cuando un grupo toca, la otra banda calla. Casi siempre actúan al mismo tiempo, y no hay caos auditivo.
Durante casi medio siglo a los cubanos no se les permitió realizar actividades públicas por cuenta propia. Sólo las autoridades sabían cuándo, dónde, y quiénes debían actuar y qué tipo de música debíamos escuchar. Durante años el pop y el rock estaban prohibidos porque los jefes estimaban que podían contaminarnos ideológicamente.
Es bueno que el gobierno haya dejado de considerar ciertos géneros musicales como contrarrevolucionario. Los músicos callejeros proliferan por todos los espacios donde se les ofrece algún servicio a los turistas. Disponen así no sólo de un modo de ganar el dinero necesario para vivir, sino de una razón para justificar la existencia, y espantar con su arte el silencio que siempre imponen las dictaduras.