LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -Como en el 2012 se conmemora el Centenario del nacimiento de Virgilio Piñera (Cárdenas, 4.8.1912 – La Habana, 18.10.1979), existe un programa de homenajes, ediciones completas y reposición de sus dramas y tragedias. Muy justo, pues desde 1961 hasta su muerte Virgilio siguió escribiendo mientras sobrevivía como traductor de francés, pero sus piezas teatrales dejaron de ser representadas, sus cuentos, poemarios y dramas no fueron editados y hasta su nombre despareció de las revistas y periódicos.
Hace más de dos décadas comenzó el rescate oficial de la obra literaria de Piñera, pero la mayoría de quienes hablan del autor apenas han leído sus cuentos, poemas, ensayos y, menos aún, sus dramas y tragedias. ¿De qué hablan entonces? Pues de su condición homosexual y aspectos de su personalidad como los duelos verbales con los críticos, sus respuestas sarcásticas y nimiedades acerca del traje que usaba, el paraguas, los cigarrillos y hasta del miedo o, mejor aún, de su honestidad intelectual frente a los comisarios de la cultura del régimen instaurado por los Castro.
Virgilio Piñera es un mito de nuestras letras, contundente y proteico, renovador del teatro cubano. Como todo creador famoso tuvo su leyenda negra: fama de majadero, intolerante e hipercrítico con la tradición, no con sus discípulos, quienes ofrecieron su perfil humano y las claves para adentrarnos en su legado narrativo y teatral. En este sentido resultan imprescindibles las aproximaciones del crítico Rine Leal y los dramaturgos Antón Arrufat y Abelardo Estorino.
Quien desee conocer o evocar la obra de este autor debiera conseguir las antologías Virgilio Piñera Cuentos completos, de Antón Arrufat, editada en La Habana en 2002 y 2004, y Teatro Completo, ordenado y prologado por Rine Leal –Biblioteca Literatura Cubana, 2002 y 2006-; volúmenes que serán reeditados y presentados en la Feria del Libro de La Habana del 2012, junto a recopilaciones de sus poemas, ensayos y artículos, así como testimonios escritos por amigos y seguidores de Piñera, calificado como intelectual beligerante, conversador agudo y creador del teatro del absurdo – su Electra Garrigó es anterior a La soprano calvo del célebre Ionesco-.
Si el poeta, narrador y ensayista José Lezama Lima, tan excluido como Virgilio durante la revolución, devino tras la muerte en símbolo “del escritor no comprometido” y por eso “conveniente”; Virgilio Piñera, “menos barroco” pero ajeno al “realismo socialista”, resultó “paradigma del teatro contemporáneo” y asumido a regañadientes. Los dramaturgos que percibieron su maestría y significación se sintieron atraídos por los ecos de “su desdén al mundo oficial, su humor corrosivo, su posición de francotirador, su iconoclasta rebeldía y hasta su oscura leyenda de incontables duelos literarios”.
Virgilio, esencialmente teatral, usó la escena como ejercicio mental, válido para descargar la pobreza que marcó a su familia y el entorno provinciano insular. “Soy ese que hace más seria la seriedad a través del humor, del absurdo y de lo grotesco”. Para justificarse adoptó el socorrido papel de víctima propiciatoria y dividió el género humano en elegidos y postergados, instalándose entre los últimos.
Vivió casi una década en Buenos Aires, pero sus dramas son esencialmente cubanos, una cubanía que no viene del bufo ni del teatro didáctico y moralizante, sino del manejo de temas y circunstancias criollas y de diálogos y frases acuñadas por el populacho. Antes de 1959 publicó tres piezas y estrenó cuatro: Electra Garrigó (1948), Jesús (1950), Falsa alarma (1957) y La boda (1958). Después representó cinco títulos, editó nueve en libros y dos en publicaciones periódicas. Fuera de la isla llevó a escena Electra Garrigó, Dos viejos pánicos, premiada en 1968 por la Casa de las Américas; Aire frío y Una caja de zapatos vacía.
Si en ocasión del Centenario de Virgilio Piñera leyéramos algunos de sus dramas estaríamos en condiciones de hablar de sus incesantes búsquedas y experimentación expresiva. Tal vez coincidamos con los críticos que lo calificaron como un dramaturgo de transición que influyó en los teatristas posteriores, o discrepemos de los análisis que sitúan sus piezas en la estética de la negación, las paradojas absurdas, el juego de los espejos y la evasión como resistencia.