LA HABANA, Cuba, septiembre, 173.203.82.38 -Algunos representantes republicanos cubano-americanos y el sector de línea dura del exilio abogan por volver a las limitaciones de los tiempos de Bush a los viajes de los cubano-americanos a la isla y el envío de remesas a sus familiares. Alegan estar en contra de que vayan a parar a las arcas del régimen los dólares de los que se fueron de Cuba, muchos como refugiados políticos, y luego regresan a la isla como turistas.
355 945 cubanos residentes en los Estados Unidos viajaron a Cuba entre enero y junio de 2011. Pero el gobierno cubano no menciona a los cubano-americanos entre los visitantes que más dólares aportan a la depauperada economía nacional (están en el segundo lugar, sólo superados por los canadienses). Tampoco se refieren a las remesas que envían a sus familiares, que se calculan en alrededor de mil millones de dólares al año y compiten con el turismo por el primer lugar en cuanto a la entrada de divisa al país.
Un ex –vecino de La Víbora viaja casi todos los años a Cuba. Lo hacía vía Cancún cuando sólo permitían venir cada tres años. No es muy puntual con las remesas, pero cuando viene, en regalos, paseos y jolgorios, en los que no falta la comida y la cerveza, tira la casa por la ventana. Para que nadie diga que es tacaño con los suyos ni le pase por el pensamiento que le va mal “en la Yuma”.
Recientemente, nos encontramos por Miramar. Gordo y rejuvenecido, me costó reconocerlo. A él le pasó lo mismo conmigo, sólo que por razones opuestas. Venía de comprar provisiones, con su cuñado, para el flamante paladar de éste, en un carro alquilado. Tal vez porque andaba con unos tragos de más, se mostró eufórico y para nada cohibido, como en otras ocasiones, por el encuentro conmigo. La última vez que nos vimos –hace unos años, en casa de un amigo común- me apoyó la mano con sortija de oro en el hombro, miró a los lados y casi susurró: “Brother, mi cariño de siempre para ti, pero tú sabes, man, en lo que tú estás metido y cómo es esto; no quiero saber de disidentes, no quiero problemas con esta gente, lo mío es poder venir a Cuba sin líos cada vez que pueda, ¿OK?”
No obstante, esta vez se atrevió a desafiar al destino –y a los tipos de Seguridad del Estado, que parece cree tan omniscientes y ubicuos como Jehová de los Ejércitos, siempre pegados a mis talones- y me invitó a tomarme un par de cervezas (por los viejos tiempos, dijo) en una cafetería de espalda al mar, en la Tercera Avenida.
“¿Tú sigues en lo mismo, no? ¡Brother, tú estás loco!”, me dijo y se respondió. Por si acaso, me volvió a advertir que a él no le interesa la política. No obstante, entre una botella y la otra, su voz apagada por el estruendo del reguetón, me dijo: “Esto no da más, Luiso. No sé por qué hay una tonga de comemierdas allá que se oponen a que los cubanos vengan cada vez que quieran. Ojala esta gente se vuelvan locos y nos dejen invertir aquí. Comprar casas, poner negocios… ¡Tú verás como va a ser esto! Oye, brother, con La Habana llena de Mc Donalds y carteles de la Coca-Cola, esto no llega al segundo round”.