LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 -La condición insular de Cuba encuentra representación en el imaginario nacional. Sin embargo, el hecho de vivir rodeados demar ha quedado relegado aquí, casi exclusivamente, al imaginario cultural.
Durante 52 años, el gobierno ha establecido como frontera la línea de la costa. Por consiguiente, las aguas quedaron como una especie de “no man’s land”, prohibidas para la mayoría abrumadora de la población.
En la actualidad, la pesca costera o ribereña no constituye una actividad económica con importancia suficiente para que sea tomada en cuenta a la hora de contar sus beneficios al país. No obstante, en la propia capital, un número no muy extenso de aficionados mantiene la tradición de pescar a lo largo el Malecón. Y para muchos entre ellos esa actividad resulta de gran ayuda alimentaria o de alivio económico.
Algunos, incluso, se aventuran en frágiles botes y logran capturas de pescado de gran tamaño, que luego venden a los restaurantes privados (paladares). Pero esta mínima actividad se circunscribe a la zona de La Habana Vieja y a algunos poblados costeros situados al oeste de la capital.
La cultura náutica tuvo su momento de esplendor en la isla, en la década de los años cincuenta, producto de la existencia de academias navales deportivas creadas por entidades estatales. Y también existieron dos formas de asociacionismo voluntario con características diferentes: las asociaciones de amigos del mar y los clubes náuticos o yatch clubs.
Las academias fueron creadas por la Dirección General Nacional de Deportes, en 1941, y tenían entre sus objetivos ofrecer cursos de navegación teóricos y prácticos. Mientras, las asociaciones de amigos del mar pretendían hacer “de cada cubano un marino”, al proponer actividades deportivas y comerciales relacionadas con el mar y con los productos que se podían extraer de las costas cubanas.
Solamente en la antigua provincia La Habana, se contabilizaron 41 asociaciones y clubes de este tipo. En los registros de inscripciones consta que la primera inscripción fue la del Habana Yacht Club, fundado en 1886; y la última, el Alamar Yacht Club, de 1958.
Aunque estos clubes, con un claro origen anglo americano, fueron establecidos por las élites sociales para su disfrute, y como espacio de intercambio social, no es menos cierto que propiciaron la práctica del deporte en general, así como otras acciones educativas y de instrucción (veladas literarias, exposiciones plásticas, presentaciones artísticas, etc.), que contribuyeron a propagar la cultura náutica.
La forma de asociacionismo, a la manera de Yacht Clubs, se extendió también a las capas populares, las que copiaban las maneras de expresión social más refinadas, o tenidas por las de mejor valía por las élites de poder económico.
Los clubes en cuestión cobraban a sus miembros cuotas módicas de dos pesos, y algunos menos. Y eran números, por ejemplo, el Santa Cruz Yacht Club, Cojímar Yacht Club, Club Náutico Cajío, Club Náutico del Comercio, Baracoa Yacht Club, Río Yacht Club, Guanabo Yacht Club, Club Náutico del Vedado, Cerro Yacht Club, así como otros ligados a asociaciones gremiales.
Este tipo de asociaciones contribuyó en gran medida a formar una cultura náutica en Cuba, y a que muchos cubanos tuvieran un espacio de sociabilización y de interacción social. También fueron muy útiles como manera de lograr ascenso social mediante nuevas relaciones entre los clubistas, a la vez que se enriquecían espiritualmente, gracias a sus frecuentes actividades culturales.
Lamentablemente, a partir de la instauración de un modelo comunista en Cuba, las asociaciones y clubes creados por la sociedad civil fueron eliminadas, y quedó prohibida cualquier forma de asociacionismo sin estar bajo el control y la manipulación estatal. Así se perdió la cultura náutica que tanto bien hizo a los cubanos.