LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -Es indudable que las elecciones que acaban de celebrarse en Venezuela, así como los preparativos de la próxima contienda presidencial en Estados Unidos han despertado un gran interés en nuestro continente, y más allá también. En el caso de Cuba, además, se crean las condiciones para la elección de delegados a las asambleas municipales del Poder Popular. Y pocas veces tres acontecimientos políticos, muy cercanos en el tiempo, son capaces de brindar tantas moralejas como las que podríamos extraer los cubanos a propósito de los referidos procesos electorales.
Lo primero que un ciudadano cubano debía de preguntarse— claro, en caso de no estar contaminado con la propaganda oficialista— es por qué dos elecciones foráneas crean más expectativas que las del propio país. Porque, aquí en Cuba, a muy pocos les interesan las fotos y las biografías de los candidatos a delegados, no obstante estar colocadas en lugares muy concurridos; y tampoco preocupa conocer si se está o no en los registros de electores. Total, el día de los comicios es indiferente votar por uno u otro candidato, pues la cúpula del poder va a permanecer intacta. En cambio, en cualquier esquina o lugar de la isla, la gente comentaba acerca de las posibilidades que tenía Chávez de reelegirse, o el ascenso que, según las últimas encuestas, había experimentado Capriles; de igual forma, los cubanos evaluamos lo que pueda lograr el aspirante Romney frente al presidente Obama.
Mas, entre las dos elecciones que han llamado nuestra atención, subsisten diferencias que no escapan al más común de los observadores. En un caso apreciamos a dos contendientes con diferentes proyectos en política nacional e internacional, pero ninguno acusa al otro de ser un vendepatria y estar al servicio de una potencia extranjera; los vimos acudir a un debate televisivo, saludarse amablemente, y a renglón seguido exponer sus respectivos puntos de vista, pero de un modo civilizado y carente de ofensas personales.
La elección recién concluida en Venezuela, por su parte, exhibió un ambiente preelectoral diametralmente opuesto: abundaron las descalificaciones, las ofensas personales, y cierto candidato acusando al otro de ser un instrumento de intereses foráneos. Además, daba la impresión de que ninguno de los candidatos concebía la posibilidad de que su adversario triunfara.
En otro orden de cosas, es inquietante comprobar cómo la estabilidad y el futuro de nuestro país siguen dependiendo tanto de sucesos que tienen lugar más allá de nuestras fronteras. Este domingo 7 de octubre, la elección en la patria de Bolívar recibió en Cuba un tratamiento de máxima atención, como si se tratara de un acontecimiento nacional. La televisión canceló algunos programas habituales para informar de lo que sucedía en esa nación. Y fue casi al filo de la medianoche cuando los gobernantes cubanos recobraron el sosiego. Se daba a conocer que Hugo Chávez alcanzaba la victoria con el 54,44% de los votos, mientras que su oponente, Enrique Capriles, lograba cerca del 44% de la preferencia popular. Al día siguiente el gobernante Raúl Castro felicitó a Chávez por lo que calificó como un “histórico triunfo”. Sin embargo, sabemos que los dirigentes cubanos, y el propio Chávez, no están satisfechos con esas cifras. Ellos aspiraban a un triunfo más holgado, y les preocupa que la alta votación obtenida por la oposición le dificulte a Chávez afianzar su control sobre la sociedad venezolana.
De todas formas, y con vistas a alentar el tipo de elección que nos convenga el día en que accedamos al pleno Estado de Derecho, a los cubanos en este momento, y parafraseando a un conocido personaje de la televisión, dos tareas nos convocan: observar y extraer nuestras propias conclusiones.