LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -En mis años de ceguera y sordera política –por suerte de esto hace ya bastante tiempo-, jamás leí en la prensa de Fidel Castro lo que realmente ocurría en la Unión Soviética, algo que la cúpula gobernante cubana conocía bien.
Jamás se criticó, como lo hacen hoy con otros países, las invasiones del Kremlin a países extranjeros como Letonia, Lituania y Estonia, entre otros. Tampoco recuerdo que se haya criticado jamás la ocupación soviética en Afganistán, un conflicto conocido como ¨el Viet Nam de la URSS¨, que terminó después de nueve años, en 1989.
Al evocar estos hechos, y otros muchos que me pasaron por la mente, mientras escuchaba al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, hablar sobre su recaída de salud, terminé pensando que todo el show chavista pudiera ser un teatro, para conmover aún más a las ingenuas masas venezolanas y lograr de esta forma que su partido socialista no desaparezca junto con él, en caso de que fracase la tercera intervención quirúrgica que anunció, con un dramatismo tan pueril como sospechoso.
Creo haber oído que le recomendaron no ofreciera tal declaración. Hubiera sido lo más sensato. Porque, sinceramente, más racionales, coherentes, adecuados y lógicos me parecieron los diálogos de la novela brasileña, que interrumpieron para transmitir la alocución de Chávez, que sus palabras para convencernos de que había grandes posibilidades para que muriera de cáncer.
Tal vez sea que estamos acostumbrados a escuchar la forma de hablar de nosotros los cubanos, con seriedad e incluso con solemnidad, sobre un tema tan serio. Pero me pareció falso, tragicómico, melodramático y sobre todo muy ridículo, todo lo dicho por este caudillo aferrado al poder como el macao a la concha.
¿Es que no encontró otra manera menos histriónica –o más bien, patética- para tratar de convencer a más de seis millones de venezolanos que no votaron por él, para que elijan a Nicolás Maduro como presidente, en caso de que él se vaya hacia el otro mundo?
No le deseo la muerte a nadie. Tampoco a ese ridículo caudillo-payaso, con su rostro inexpresivo, sus actitudes hieráticas y con su pequeño crucifijo en las manos. A mi, me da igual que viva cien años con sus payasadas, o que ya esté muerto cuando se publiquen estas líneas. Lo que sí no le perdono es que me hay interrumpido mi telenovela brasileña, en su momento más emotivo, para no dispararme esa perorata tan poco convincente, aunque no tenga pruebas de que mintió, ni de cuanto de lo que dijo es verdad o mentira. Lo que sí sé, depués de tantos años viviendo bajo su yugo, es que, en general, los comunistas siempre mienten.