LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -El filósofo polaco Leszek Kolakowski afirmó que lo más importante en la lucha contra el comunismo en su país fue el cambio de mentalidad de la gente, que comprendió que sí se podía luchar contra ese sistema, y que no era inevitable. Ese mismo sentimiento embargó a buena parte de los cubanos a partir de los años noventa, lo cual, unido a la crisis económica que padeció la isla, hizo que se desmoronara el supuesto consenso en torno a la revolución.
Y si una institución puede dar fe de ese desplome, esos son los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). Recorrer las cuadras cada 27 de septiembre en la noche— vísperas de la fundación de los comités— durante las décadas de los sesenta, setenta y ochenta, era toparse con actividades festivas por doquier. Incluso vecinos que no simpatizaban con el gobierno, a veces tomaban parte en esas celebraciones, pues más allá del elemento político, esas reuniones llegaron a propiciar un lugar de encuentro para la familia cubana.
Todo fue muy distinto la noche del pasado 27 de septiembre. Mientras que el coordinador nacional de los CDR, Carlos Rafael Martínez Miranda, y su camarilla se iban hasta la ciudad de Cienfuegos para declarar “vanguardia nacional” a esa provincia, la mayoría de las cuadras y barrios de los municipios Cerro, Plaza de la Revolución y Centro Habana— imagino que los restantes municipios habaneros estarían igual— se hallaban sumidos en la tranquilidad de los sepulcros. Alguna que otra caldosa aislada era incapaz de ocultar la apatía general de la población.
El mismo Martínez Miranda, de seguro conociendo que su organización en la base apenas funciona, quiso ofrecer otro impacto mediático para justificar la existencia, y por tanto los salarios, de los cuadros cederistas en los niveles provinciales y nacional. Fue así como días más tarde apareció en la prensa entregándole el Premio del Barrio al trovador Silvio Rodríguez. Por supuesto, la ocasión fue propicia para que los CDR tomaran partido a favor del laureado en la polémica que el autor de Ojalá sostuvo con Pablo Milanés.
Algunos opinan que la no celebración de las fiestas en los CDR se debió al hecho de que, debido a la mala situación económica que afronta el país, el Estado no les pudo suministrar a los comités ningún abastecimiento. Sin ignorar del todo ese criterio, es más preciso ubicar la desidia cederista en la inoperancia paulatina que ha venido experimentando la institución del chivatazo colectivo. En mi cuadra, por ejemplo, hace ya mucho tiempo que no se celebran reuniones, ni se hace guardia, ni se dona sangre, ni se recoge materia prima. Solo una vez al año, por ese temor a señalarse que asalta a muchas personas, se paga la cotización. Cotización de la que se nutren Carlos Rafael Martínez Miranda y compañía.