LA HABANA, Cuba, junio, 173.203.82.38 -Los bitongos cubanos, una degradación de aquella jerarquía comunista descrita por el político y escritor yugoslavo Milovan Djilas en su libro La nueva clase, se reparten a distintos niveles los limitados bolsones de prosperidad con los guapos, esos que hacen cualquier cosa para sobrevivir.
Ex combatientes de la Sierra Maestra, altos dirigentes del partido, el Poder Popular y los sindicatos, junto a sus descendientes directos y la parentela en general, dirigen empresas mixtas, cadenas hoteleras, supuestas ONG y demás sitios donde la corrupción genera ganancias que los encumbran sobre el resto de la sociedad.
De igual forma los guapos, sin profesión u oficio afín con el desempeño de su labor, manejan el sector de la gastronomía, las Tiendas Recaudadoras de Divisas (TRD), las cadenas del pan, los suministros de materiales de la construcción, y otros espacios del sector estatal que les permiten lucrar a costa de la población.
Las reformas implementadas con el pretexto de mejorar la crítica situación económica y social que atraviesa el país, sólo benefician a los bitongos que habitan la cúpula gobernante, y a los guapos que a riesgo de su libertad hacen dinero desde la periferia a como dé lugar.
Entre ambos términos, escuchados en una conversación que sostuve con un neurocirujano y un ex profesor de la Universidad de La Habana en torno a una botella de ron Corsario (poco más de dos dólares), vegetan en espera del aceleramiento y alcance de los supuestos cambios todos los que malviven con el salario del mes.
Para el doctor, resulta increíble que después de cumplir misión en Etiopía, en la época en que aún Cuba no vendía los servicios médicos, servir en las Fuerzas Armadas Revolucionarias, laborar más de 25 años como neurocirujano y militar en las filas del partido comunista, su vida no haya experimentado la más mínima mejoría con las supuestas reformas.
Mientras los bitongos (vive bien), aún disfrutan y multiplican las prebendas que les acarreó poner –o que sus padres hayan puesto- una bomba en un parque, o cazar “bandidos” en el Escambray de los años 60, el médico tiene que salvar vidas en pésimas condiciones de trabajo y de índole personal.
No pocas veces en el hospital no hay agua, anestesia, hilo de sutura, guantes, batas y otros implementos estériles para trabajar; y con frecuencia en los últimos años, tienen que suspender las operaciones por falta de personal, pues se encuentran cumpliendo una misión en alguno de los más de 100 países a los que Cuba exporta sus servicios médicos.
Se levanta a las cinco de la mañana y junto a su esposa prepara un pan con tortilla y un pomo de café para el día de labor. Toma un rutero 20 desde La Ceiba hasta El Vedado. Marca la tarjeta de entrada al hospital, participa en el congresillo político, inicia la consulta o tiene que operar, y retorna a su hogar por la misma vía, sólo por un salario de alrededor de 30 dólares al mes.
Esto, sin contar que a la hora que llegue a su casa tiene que subir doce pisos por la escalera, pues hace más de diez años el ascensor se rompió. Si no hay agua, debe acarrearla escalón por escalón. Buscar los mandados en la bodega, la balita del gas para cocinar, los productos del agro, el pan y lo que pueda conseguir con su mísero salario.
Además, debe participar en las reuniones del núcleo del partido en su trabajo y en las que se realizan en la cuadra de residencia por el Comité de Defensa de la Revolución y el delegado del Poder Popular. Asistir a los mítines políticos y marchas conmemorativas, así como a otras convocatorias.
Como si fuera poco, leyó en el periódico Granma del pasado día 15 una crítica contra el sector de la salud en los Estados Unidos, porque una encuesta realizada entre 800 médicos arrojó que los hombres tuvieron un salario anual promedio de 202 422 dólares, y las mujeres médicos de 167 669, para una diferencia de 32 753 dólares.
Según expresó indignado, es ridículo que aquí en Cuba se publique algo así, cuando con el aumento de cuarenta pesos cubanos (menos de dos dólares) mensuales de salario, hace unos años, fue que alcanzaron un sueldo de aproximadamente 30 dólares al mes.
“Los bitongos saben cómo bañarse y guardar la ropa y los guapos también, pero nosotros no. Estudiamos para trabajar, y merecemos que se nos pague y vivamos de acuerdo a los resultados de nuestra profesión sin tener que delinquir”, dijo con pesar mientras se servía un trago de ron barato.
“Y que no me digan que aquí la educación y la salud son gratuitas, porque tanto el profesor como yo y el resto de los cubanos, sabemos de qué pata cojea este tipo de atención”, agregó mientras miraba fijo al corsario que con su ojo tapado le devolvía la mirada desde la etiqueta de la botella de ron.