LA HABANA, Cuba, julio, 173.203.82.38 -De la gloria nacida en los aplausos del público que asiste al cabaret, o de imágenes sonrientes en revistas y las pantallas de la televisión, en la denominada isla de la música se pasa sin transición al infierno de mendigar para vivir.
Mucho se habla en medios oficiales de que los músicos antes de la revolución tenían que realizar otras funciones para poder comer, como si ahora bastara con el ejercicio de la profesión para satisfacer las necesidades básicas de quienes trabajan en el sector.
Y es en el sector musical, a pesar de esa imagen de vitrina exitosa que a veces encandila los sueños de la sociedad, donde mayores problemas se presentan a la hora de subsistir, por los bajos salarios, la demora a la hora de cobrar, y el descuento de un 40 por ciento de sus ganancias a los pocos que pueden viajar al exterior.
Por esas y otras causas como las normas para la evaluación, el intrusismo profesional y la restricción de plantillas en agrupaciones del país, el descontento y la degradación profesional de muchos de los que ejercen esta manifestación artística, son constantes en el panorama musical de la nación.
Hermanados en la mendicidad, músicos jubilados o en activo, jóvenes recién graduados de una escuela de arte, estudiantes y “soperos” aficionados que atropellan un son en cualquier esquina o un bar, se disputan los escenarios que les permitan sobrevivir.
Miguel Mariano, un showman que desbordó en la década de los 80 los cabarés Pino Mar, Guanabo Club y Canímar, en las Playas del Este de La Habana, y otros en el resto del país, vende por las mañanas viandas en el mercado de los Cuatro Caminos, en Centro Habana, y por la tarde sale a “sopear”.
“Sopear es tocar por lo que te den. Medio dólar, 25 centavos, lo qué sea. Desde que me jubilé de la Adolfo Guzmán, tengo que hacerlo para tratar de que el dinero dure hasta el fin de mes, dijo entre pregones de “coge tus plátanos burros aquí, y cebollas como estas no hay dos”, el ex rey de la risa en las noches de cabaret.
Preguntado si no le afectaba su imagen el nuevo rol, contestó que si Compay Segundo vivió “de la sopa” después de jubilado, Ibrahim Ferrer lustró zapatos y Ruben Rodríguez vendió maní, a él vender viandas y cantar por una calderilla le daban de comer.
“Ellos al menos tuvieron suerte al final de sus vidas –expresó-, cuando un productor extranjero los convirtió en el fenómeno del Buena Vista Social Club. Mala suerte tuvo Carlos Embale, El Chino, que puso en la órbita musical El Guanajo Relleno, y murió de hambre por las calles, comiendo por la caridad del público que antes pagó para verlo actuar”.
En el restaurante La Torre de Oro, una joven promesa del violín, graduado de la Escuela Nacional de Arte (ENA), mientras espera su oportunidad toca con un septeto desconocido para llevar a su novia a comer o comprarse un jean para trabajar.
Tres de los integrantes de uno de los cuartetos emblemáticos del país, por el día son cerrajeros en la calle Monte, y por las noches cantan en el café Habaneciendo, El Gato Tuerto o el Alí Bar.
Las canciones cubanas que se escuchan y hacen furor en Nueva York o Madrid, no pocas veces han sido compuestas o arregladas por alguien que hace la “sopa” con la guitarra al hombro por el malecón.