LA HABANA, Cuba, diciembre (173.203.82.38) – “Estoy pasando por un momento de mi vida… bueno, si a esto se le puede llamar vida”. Así comienza el espectáculo humorístico de dos horas de duración el comediante cubano Rigoberto Ferrera. Las presentaciones en el cine-teatro Astral, de esta capital, se realizan a teatro lleno y el espectáculo transcurre entre las carcajadas del público.
Los aplausos premian la calidad del humor sin dejar de lado el contenido de sus chistes, que critican al gobierno, y en ocasiones rozan los nombres de los máximos dirigentes. “Fiii.. lete de pescado emperador”, es un ejemplo de su osadía.
Rigoberto Ferrera, con su particular forma de hacer humor, convierte a los asistentes en transgresores de las reglas del sistema, burlándose de los absurdos gubernamentales, con el propósito de ganar las risotadas de los presentes que, sin advertirlo, se ríen de sus propias desgracias.
La identificación de los espectadores con el mensaje del comediante muestra la necesidad de libertad de expresión de la sociedad cubana. Con la asimilación de la burla, que va del doble sentido a la mofa, el público cómplice, con aplausos y risas, aprueba las críticas a la hipocresía del sistema. De esta forma manifiesta el pueblo su inconformidad del pueblo con los gobernantes, sin necesidad de convocar a debates manipulados por el Partido Comunista.
Comentarios como “la puso buena”, “está loco”, “a este se lo llevan preso”, se escuchan a la salida del teatro. Al finalizar el espectáculo, los asistentes regresan a las calles, a la realidad, con la mordaza impuesta a la nación por el régimen.
En la actualidad, es común en Cuba disfrutar en los centros nocturnos de espectáculos humorísticos no exentos de críticas al régimen. Los comediantes más populares entre nosotros son generalmente los más críticos con los gobernantes, y los humoristas utilizan con maestría la situación del país para hacernos reír, cuestionar y ridiculizar a los que mandan.
Es meritorio que se atrevan a transgredir la censura, si se tiene en cuenta que los humoristas ponen en riesgo su trabajo, ya que pueden ser excluidos del medio artístico, como ha sucedido en ocasiones. Por eso, como dicen algunos del público al final de sus funciones: “Lo de Rigo no tiene nombre”.