LA HABANA, Cuba, febrero (173.203.82.38) – Recientemente retornó al cine-teatro Astral, Rigoberto Ferrer, con su nueva carga de buen humor en la segunda temporada de su show “Lo de Rigo no tiene nombre”. Una hora y cincuenta minutos de espectáculo con las mil 700 butacas ocupadas por un público conquistado por la risa y que deja al comediante muy bien parado profesionalmente.
Cuando intenté comprar las entradas para los primeros días de presentación, ya estaban agotadas. Me advirtieron que no había seguridad de que habría otras presentaciones. Con la experiencia de la primera temporada, supuse que a la segunda le esperaba la censura. Para deleite de todos, Rigo continuó en la escena.
El actor canta, baila y genera el buen chiste que concluye en la crítica al sistema. En esta ocasión no deja de rozar la osadía para mencionar palabras como “cambio”, que pronunciada en ciertos contextos, causa molestia, sobre todo si valoramos la extrema atención que presta el público al diálogo que establece el humorista durante el espectáculo.
La habilidad de enlazar los chistes haciendo memoria de los narrados al inicio de la función, permite al actor repetir una y otra vez los mensajes que, ubicados en diferentes momentos, provocan la misma risa. Temas como la necesidad de los vendedores de la calle de que les compren sus productos para mantener a sus familias, hasta los que llama “niños endemoniados” que piden con gritos en las tribunas del gobierno cosas que ni ellos entienden, discurren como eje del espectáculo.
Esta vez el humorista incorpora en el escenario personajes reales, como el manisero que interrumpe el show para vender y sufragar los gastos de la escuela de los hijos. Un vendedor auténtico, que por su espontaneidad, nos hace reír de su situación, que también es la nuestra.
Como desconocía el contenido de la presentación, en la primera temporada no me percaté de la asistencia de ciertos “observadores” camuflados entre el pueblo. Es evidente su presencia, algunos con pantalón militar y camisa civil, otros con rostro estrujado cuando las carcajadas de los asistentes llenan la sala. Quizás por ese motivo el actor decidió hacer su espectáculo con las luces del teatro siempre encendidas.
No obstante, quienes asisten a la función como tarea orientada por las autoridades también reciben su cuota de burla de parte de Rigo. En esos momentos ríen nerviosos, para no darse por aludidos y ser desenmascarados. Durante el resto de la función, desempeñan el papel de contrapeso, opacados por el equilibrio entre los mensajes del actor y las risotadas de los presentes.
Resulta curioso que al finalizar las funciones de la primera temporada, los comentarios del público al salir giraban sobre lo atrevido del espectáculo; mientras que en esta segunda etapa se escucha entre los asistentes una nueva observación: ¿Viste el tipo de al lado la cara de tranca que tenía?.
Desconozco los niveles de censura impuestos por las autoridades. Resulta claro que en esta ocasión han intentado equilibrar el público, plantando sus agentes como medida preventiva contra cualquier posible explosión de espontaneidad. No es nada nuevo, lo han estado haciendo desde el estreno del polémico filme Alicia en el pueblo de Maravillas.
Burlarse del régimen no es lo mismo que burlarlo. Podemos comentar, hacer parodias, incluso opinar en asambleas cuyo verdadero objetivo es permitir que el gobierno tome el pulso del estado de opinión; pero sólo hasta ese punto nos está permitido. Atrevernos a más nos convierte automáticamente en “mercenarios del imperialismo yanqui”.
Al final del espectáculo, el público sale de teatro comentando el atrevimiento del comediante, pero regresa sin chistar a la realidad, la misma de la que se reía momentos antes. Entonces nos percatamos de que la represión y la censura siguen cumpliendo su función entre nosotros.