LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 -No me canso de decir a todos los que me preguntan que me alegra y me parece más que merecido el Premio Nacional de Literatura concedido recientemente a Leonardo Padura. Admito que puede haber intenciones extra-literarias detrás del premio. Probablemente pretendan –como han hecho con otros escritores, especialmente con algunos de los represaliados del Decenio Gris- utilizarlo para simular una apertura con los escritores críticos del sistema. No se puede esperar peras del olmo de la cultura oficial. Ni tampoco que los comisarios sean generosos a la hora de ceder espacios. Por eso mismo, que “El hombre que amaba a los perros”, con todo y las tiradas cortas, sea ahora mismo el libro más leído en Cuba, es casi una hazaña.
Sé que algunos dirán que no es para tanto, que ahora que la estrella roja, los abedules siberianos, la NKVD y los gulags están cada vez más lejanos, hablar mal del camarada Stalin ya no es tan mal visto en Cuba. ¡Cuidado! Los mandamases y su jauría no pierden de vista a los desilusionados que se empeñan en ver en el castrismo los tenaces reflejos del estalinismo.
Padura juega dentro de las reglas, y cuando tiene que hacerlo, frena en ciertas esquinas. Todo con tal de un gol. Lo ha confesado en varias entrevistas. Pero es honesto hasta donde puede serlo. Algo poco usual en la mayoría de los autores de la cultura oficial. Pero no se puede ser de otro modo cuando se es hijo de un masón y una católica y se vive en Mantilla. Por muy de la UNEAC que sea y mucha utopía con la que diga soñar.
De la afición de Padura por el deporte, debe venir su maña en anotar goles. Aunque no se jugara mucho football en Mantilla en su niñez (no eran los tiempos de Cristiano Ronaldo), sino pelota, en cualquier terreno, con o sin equipo, pero siempre al duro.
Padura anota goles en la más difícil de las canchas: la de la cultura oficial. Y allí el esfuerzo es doble o triple. Máxime si no se recurre al panfleto, la adulonería o la simulación, si se hace a fuerza de talento. Y Padura lo consiguió, sea con lo político y lo social en el fondo de los “falsos policiales” de Mario Conde que le sirvieron como pretexto –esa es la palabra- para decir lo que quería decir, como esforzándose por presentar “El hombre que amaba los perros” como “una historia de una esperanza que se frustró, igual que tantas otras utopías”. En definitiva, tanto los lectores -con o sin intenciones- como los comisarios culturales leen lo que desean leer. Sugerir más que imponer, digan lo que digan, no deja de tener sus méritos, más que todo, literarios.
Aunque soy de los que no logro descifrar la fórmula de anotar goles y para nada me siento obligado a volver a soñar la utopía “desde la experiencia del fracaso” –vaya frasecita masoquista- sino todo lo contrario con tal de no repetir la pesadilla que no acaba, respeto y admiro a Padura y no me uno a los que lo atacan. Si cada vez que anota un gol, dice algo y lo dice bien, entonces que vengan goles…
Pero casi se me olvida que hablamos de literatura, no de deportes y mucho menos de política…Aun si de Leonardo Padura se trata.
Me alegra que Padura no haya sido pelotero sino escritor, que escriba cada día en Mantilla, es decir, a un par de kilómetros de mi casa, que tenga cosas que decir y las diga del modo que pueda. Aun si tiene que hacer concesiones. Lo importante es jugar. Aunque no sea precisamente en el banco de los abiertamente disidentes. Tal vez sea mejor que los espacios de libertad se vayan ganando, palmo a palmo, en cada bancada y cada cancha. Complementándonos, para entre todos ir levantando el techo de la censura. Hasta que no haya más escritores oficialistas o disidentes, sino simplemente escritores. Así, sin etiquetas.