LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -En el momento en que Laura Pollán enfermó de gravedad, víctima de una fulminante y, digamos, misteriosa invasión viral, terminaba de responder un cuestionario de Cubanet, destinado a conformar quizá, sin que pudiésemos sospecharlo, la última entrevista de su vida. Las respuestas quedaron en su computadora o en alguna memoria flash sin que le diese tiempo a entregárnoslas. Su publicación habría sido un triste privilegio al que todavía no renunciamos.
De cualquier modo, no hay nada que la líder de las Damas de Blanco no nos haya dicho ya a los cubanos con su actitud del día a día. Igual que nada es tan notable ahora mismo como su ausencia en las calles de La Habana. Y ninguna condena contra la opresión resonará tanto en la historia de estos tiempos nuestros como el testimonio fotográfico de las últimas agresiones que ella sufriera.
Esa dulce firmeza, esa mirada sin odio, esa corajuda y aun bondadosa serenidad frente a las hordas del régimen, personifican los versos con los que un muy antiguo poeta se apiadaba de los que padecen el destino de ser verdugos.
Suele repetirse que no es verdad la muerte cuando se ha cumplido bien la obra de la vida. Pero en este caso no nos basta con la inspirada sentencia martiana. Es tan verdad la muerte de Laura que hasta sus victimarios deben estar extrañándola.
Por más cabalmente que haya vivido, lo cierto es que la noble figura física de Laura Pollán no pudo encabezar la caminata de ayer de las Damas de Blanco, justo en el momento en que más la necesitábamos. Y es dudable que la poética apelación alcance para dar consuelo a su esposo, el expreso de la Primavera Negra Héctor Maseda, quien, luego de verla luchar sin descanso por su liberación, recién recuperaba el resuello y la calma al fin junto a ella, en su nido habanero.
El vacío que la muerte de Laura ha ocasionado entre las filas de la oposición pacífica cubana resulta hoy tan ostensible, y es tan irremediable al mismo tiempo, que no puede ni debe ser cubierto con retórica, por muy bella y lúcida que ésta sea.
Si su ausencia no estuviera dirigida a provocar una pérdida muy sensible e irrecuperable (de momento) para la causa de la libertad de los cubanos, la pretorial del régimen no hubiese afrontado el riesgo del escándalo público al actuar fría, persistente y alevosamente contra la integridad física de Laura Pollán.
Tal vez esté de más entonces hacer mística con su fallecimiento. Laura murió porque era mortal. De la misma manera que lo somos todos. Sólo que a diferencia de la mayoría, ella supo atenerse a la única alternativa de sobrevida que se nos permite a los humanos, que es la de dejar una obra que nos trascienda.
Casi tan nefasto como su muerte concreta, y hasta quizá más doloroso, es el hecho de que, políticamente hablando, no haya existido nunca para gran parte de los cubanos, es decir, para aquellos por cuyos derechos puso su vida en el asador.
Porque de nada vale engañarnos, a Laura Pollán, como a tantos otros valientes y generosos paisanos que se la juegan a diario en las calles de la Isla, sin contar más que con su fuerza de espíritu, con la certeza de sus razones y con el suave vigor de su auténtica vocación cristiana para enfrentar a una tiranía armada hasta los dientes, apenas se le conoce, o se le conoce mal entre nuestra gente de a pie, producto del pérfido manejo de los medios oficiales de comunicación.
Algún terror y una profunda oscuridad deben reinar en las entrañas de las huestes pretorianas para que se hayan visto precisados a difamar, amenazar y atacar con todos los hierros a una mujer que era sumo de humildad y delicadeza, incapaz siquiera de un gesto descompuesto o de un tono de voz estentóreo.
Ojalá que algún día, cuando finalmente Laura pueda ser presentada ante nuestro pueblo como lo que en verdad ha sido, no nos llegue como una heroína al estilo solemne y rancio con el que suele mostrar la tiranía sus héroes de estatuas y medallas.
Deben andar muy mal las cosas en un país donde constantemente se necesite tomar como patrón el comportamiento de ese tipo de héroes etéreos y sobrenaturales.
Visto así el asunto, nada nos resulta menos parecido a una heroína que Laura Pollán. Ella era otra cosa, no sé si mejor pero en ningún caso menos que una heroína. Era una mujer sensible, de trato encantador, modesta, amante incondicional de la justicia. Era una diáfana cubana como tantas otras, sólo que no se resignó a vivir dominada por la humillación y la cobardía, algo que anula nuestra existencia más radicalmente que la muerte.