LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -Si a alguien se le pidiese establecer puntos de contacto entre las trayectorias vitales de Ernesto Che Guevara y Guillermo Cabrera Infante, es probable que desista de ese empeño, pues a primera vista son las desemejanzas las que priman entre ellos. Por una parte, el médico devenido guerrillero que, a su manera, abrazó hasta el final de su vida la doctrina marxista-leninista; y por la otra, el escritor que, fiel a su manera de pensar, se negó a seguir viviendo bajo ese sistema político.
Incluso no fueron muy satisfactorias las referencias que cada uno hiciera del otro. Es casi seguro que el Che, en el fondo, despreciara a Cabrera Infante aun desde el propio año 1959, cuando este último comenzó a dirigir el semanario Lunes de Revolución. Como se recordará, el comandante Guevara había insistido en lo que consideraba el pecado original de los intelectuales cubanos: no habían hecho la revolución. Por tanto podían hablar desde posiciones revolucionarias, pero nunca en nombre de ellas.
Cabrera Infante, por su parte, en su texto Mea Cuba, escribió que el guerrillero odiaba a La Habana, tal vez como consecuencia de que la conoció tardíamente, más de dos años después de que ingresara en la isla tras el desembarco del yate Granma. Además, comentó con ironía la visita del Papa Juan Pablo II a Santa Clara, una ciudad con nombre de santo, pero que era en realidad un santuario del Che Guevara, el hombre que fusiló a tantos católicos pobres en la fortaleza de La Cabaña.
Un mayor acercamiento al tema nos muestra que existe, sin embargo, una primera semejanza entre ambos: los dos fueron declarados hijos adoptivos de sus respectivas patrias. El Che, argentino de nacimiento, fue declarado oficialmente ciudadano cubano tras el triunfo de la revolución castrista. Cabrera Infante, nacido en Gibara, entonces provincia de Oriente, fue declarado sentimentalmente habanero, ya que La Habana era su verdadera patria. Así quedó demostrado en dos de sus principales novelas, Tres tristes tigres y La Habana para un infante difunto. En ellas la capital cubana sería la principal protagonista.
Pero iba a ser una fecha la que, por azar, marcaría una intersección en el derrotero de estos dos hombres. El 3 de octubre de 1965, en el mismo acto en que Fidel Castro presentó a los integrantes del primer Comité Central del Partido Comunista de Cuba, se dio a conocer la carta de despedida del Che, que partía de la isla hacia otras tierras del mundo. Ese propio día, en horas de la noche, despegó del aeropuerto de Rancho Boyeros, con destino a Europa, un avión en el que viajaba Guillermo Cabrera Infante junto con su familia.
Claro, en verdad, la coincidencia sería solo a medias. Ya sabemos que el Che, que se hallaba en el Congo ese 3 de octubre, volvió a Cuba, aunque disfrazado, para ultimar la preparación de su futura guerrilla boliviana. La partida de Cabrera Infante, en cambio, era definitiva. Nos cuenta el escritor que a las cuatro horas de vuelo, ya traspasadas las islas Bermudas y por tanto haberse arribado al punto de no retorno, supo cuál era su destino: cuidar a sus hijas, dedicarse a la literatura, y no regresar a su querida patria.