LA HABANA, Cuba, junio, 173.203.82.38 -Temprano en la mañana, las luces delanteras del carro con chapa estatal que conduce Esteban destellan un par de veces antes de rebasar la atestada parada de ómnibus, donde Ramiro espera la guagua para ir hacia el trabajo.
Este destello es la señal tácitamente convenida en Cuba para dar a conocer, a los que esperan el transporte público, que el automóvil que lo emite, a pesar de que es estatal y no es un taxi, está disponible para alquilar, a 10 ó 20 pesos la carrera, según la distancia a recorrer.
Esteban y Ramiro son las dos caras de una moneda añeja: la crisis del transporte público cubano.
En el anverso de la moneda está Ramiro. Él es del bando de los que no tienen automóvil y dependen del transporte público para trasladarse por la ciudad. Se rompe la cabeza con el dilema de la supuesta propiedad social sobre los medios de producción en nuestro país. No entiende por qué, si siempre le han enseñado que la propiedad estatal es del pueblo, él tiene que pagar diez pesos para que el chofer de un automóvil del Estado -que supuestamente le pertenece también a él— lo acerque a su trabajo.
Él reconoce que tampoco es un santo, pues los diez pesos que paga cada vez que va para El Vedado en esos autos estatales, se los saca también al Estado vendiendo a cinco dólares el galón el helado que sustrae de su centro de trabajo. “Es como una cadena alimenticia donde todos comemos del Estado, y después nos comemos entre nosotros”. Asevera Ramiro.
En el reverso de la moneda está Esteban. Pertenece el bando de los que conducen carros estatales y los usan como taxis particulares para ganar dinero. Generalmente él debe ir del Vedado a Mantilla, tres veces al día, por cuestiones de trabajo, lo que supone una ganancia de 240 pesos diarios, si logra ocupar los cuatro asientos disponibles en el auto, o un poco más si logra hacer recambios en el camino. Ese dinero se lo reparten entre él y su jefe.
“Hace como tres meses que casi siempre voy y vengo con el auto lleno de pasajeros, sobre todo en horas de la mañana y de la tarde. No hay guaguas. Los almendrones (viejos taxis particulares de la era pre castrista) no dan abasto, y la gente está obstinada en las calles. Ya eso de que las mujeres bonitas no pagan, como dice la canción, se acabó. Ya no doy botella, porque también tengo que vivir”. Así se justifica Esteban, mientras conduce por la calle Infanta.
Él dice que su jefe no tiene pegada (no es poderoso), y que por eso sólo botea de forma limitada por el recorrido que indica la hoja de ruta. Pero afirma que hay choferes a los que sus jefes le dan hojas de ruta falsas, y pueden hacer más viajes, por lo que la ganancia aumenta. Después ajustan en la hoja de ruta original el gasto de combustible, y todo está en orden.