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Ladrón que roba a ladrón

LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -No hay manera de encontrar soluciones. El viaje desde las indisciplinas y el descontrol hasta el fraude, es apenas una senda entre un sinfín de posibilidades, para coronar con éxito un estilo de vida delincuencial, convertido en una cultura de amplio arraigo en todas las capas sociales de Cuba.

Es casi imposible apostar por la honestidad en un ambiente donde la supervivencia depende de la habilidad para cometer actos delictivos sin ser detectado.

Solamente un mínimo porciento de cubanos se cuenta entre los que pueden hacer frente a las necesidades más perentorias sin quebrantar las leyes.

Haber leído recientemente en la prensa oficial un reportaje sobre el crecimiento del robo de la electricidad por medio de conexiones ilegales, o a través de ajustes en los metros-contadores, no es algo que llame la atención en un contexto que hace tiempo bordea los límites del caos. Tras los discursos triunfalistas y los actos de reafirmación revolucionaria, existen suficientes elementos para deslegitimar la solidez de estas manifestaciones.

Al comparar las cifras de los fraudes cometidos en 2007 con los descubiertos en 2011, se llega a la conclusión del fracaso en la pretensión oficial de eliminar estas prácticas, que originan pérdidas ascendentes a varios miles de toneladas de combustible. En el año 2007 fueron descubiertos 19 507 fraudes. Cuatro años después, las incidencias se elevaron hasta 27 156.

En términos monetarios, la detección de estas últimas transgresiones representaron una recarga al presupuesto, ascendente a más de 8 mil 730 toneladas de petróleo (alrededor de 4 millones de dólares).

La multiplicación de esas conductas, se explica a partir de la confluencia de diversas causas, entre las que habría que destacar la nula correspondencia entre el trabajo que realizan los cubanos y los salarios que perciben por ello, así como otras anomalías estructurales que incentivan las motivaciones para que la situación haya llegado a niveles tan preocupantes.

El sueldo promedio, de alrededor de unos 25 dólares al mes, se convierte en un estímulo para probar suerte en el universo de las ilegalidades.

Los fraudes eléctricos son solo la punta del iceberg. La percepción mayoritaria que prevalece entre los cubanos es que el Estado es una entidad depredadora, ante la cual es válido el robo en cualquiera de sus modalidades: ladrón que roba a ladrón….

Ante el notable número de personas implicadas y el mantenimiento de los factores que estimulan este tipo de conductas, es utópico pensar en resultados satisfactorios, al menos a corto y mediano plazos.

La persistencia en mantener el status quo por parte de las máximas autoridades del gobierno, al margen de las mínimas concesiones en algunos sectores de la economía, no invita a forjar esperanzas en relación a aperturas de mayor alcance que ayuden a restaurar la moral y la ética tanto laboral como ciudadana.

No se explica la correspondencia entre los altos niveles de eficiencia de la policía, que persigue y vigila a los integrantes de la oposición y a la sociedad civil alternativa por un lado, y sus continuos fracasos a la hora de atajar los delitos que ocurren a diario en empresas, fábricas y centros comerciales.

Militantes del partido en activo y ciudadanos sin afiliaciones políticas concretas, comparten el escenario. Todos, salvo escasas excepciones, participan en el reparto del botín sustraído en las propiedades del estado.

Seguramente los ladrones de energía eléctrica esperan por nuevas oportunidades. Ahora el asunto está en la palestra pública -“la cosa está caliente”- y es preferible aguardar a que el tema pase al olvido.

Las soluciones son solo temporales, el relajo se impone. Sin proponérselo, pobres y menos pobres terminan poniéndose de acuerdo para conservar abiertos los canales alternativos para la supervivencia. El fraude y la corrupción son parte indisoluble del corpus revolucionario.

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