LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Pedro, un habanero trabajador en una empresa de Recuperación de Materias Primas, llevó a su hijo Pedrito a la hamburguesería Hamburgo de Plaza Carlos Tercero, como regalo muy especial por el día de su cumpleaños. Para lograrlo, reunió durante dos meses las divisas que sacaba de la reventa de la pequeña jaba de productos de aseo personal que les venden a precio subsidiado en su centro de trabajo, como estímulo.
Pero lo que para Pedrito fue una extraordinaria fiesta, para el padre se convirtió en una mala experiencia, producto del disgusto provocado por el mal servicio que allí recibieron, un mal endémico que afecta a la mayoría de los establecimientos gastronómicos, y de todo tipo, en Cuba.
A pesar de que el salón estaba medio vacío, y había cinco camareros para atender a los clientes, más un cajero y otro empleado, cuyo trabajo consistía únicamente en sacar las bebidas de los refrigeradores, el aperitivo fue una espera de veinte minutos para que le sirvieran una cerveza a Pedro y una gaseosa para el festejado.
Las hamburguesas demoraron diez minutos más. A través de un cristal que permitía observar la actividad de elaboración de los platos en la cocina, Pedro contó tres trabajadores más, dos que preparaban los platos y uno recostado a un mostrador, que conversaba con los demás.
Mientras comían las hamburguesas, que habían costado sus ahorros de dos meses, pensó en el tiempo gastado en su trabajo en reuniones para discutir las reformas económicas que el gobierno y el Partido Comunista promueven, supuestamente para lograr un avance económico en el que casi nadie cree, después de medio siglo de promesas y experimentos.
Observó a su pequeño hijo, que –ajeno a sus cálculos y cavilaciones- estaba encantado con el lugar, y pensó en el desastre económico que posiblemente tendría que enfrentar cuando creciera, y en que quizás, como tantos otros jóvenes cubanos, buscaría labrar su futuro del otro lado del mar.
Sacó la cuenta de la cantidad de personas que trabajaban en el lugar, lo poco que hacían y el mal servicio que brindaban, y pensó que en cualquier país normal no sería rentable la gestión de semejante establecimiento.
Por otro lado pensó en el miserable salario en moneda nacional que recibían esos trabajadores, que al igual que él, seguramente ganaban en un mes el equivalente a lo que él y el niño habían consumido esa tarde. A pesar de su incomodidad, los comprendió.
El restaurante pertenece a CIMEX, una corporación estatal que es la única ganadora en esta ecuación. CIMEX cobra por sus hamburguesas precios equivalentes a los que se pagan en cualquier capital del primer mundo, mientras paga a sus empleados salarios inferiores a los de los trabajadores del país más pobre de África. El salario promedio en Cuba es inferior a un dólar diario.
Pedro se preguntó si en ecuaciones de ese estilo se basarán los avances que quiere lograr el gobierno con sus “reformas”.