LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -En el barrio marginal La aldea, del municipio habanero Playa, un cuentapropista apodado Coquito, tuvo que cerrar la semana pasada su restaurante particular debido a los altos impuestos y la poca afluencia de clientes.
Con la apertura económica a la actividad privada permitida por el gobierno en 2011, miles de puestos de ventas de alimentos y restaurantes se activaron en todos los barrios del país, algunos de estos nuevos negocios necesitaron inversiones de dinero y recursos constructivos, pero ya muchos han tenido que cerrar, como es el caso del restaurante de Coquito, que construyó un ranchón de guano en el patio de su vivienda para vender comida criolla.
Enclavado el restaurant en una oscura callejuela en la parte más intrincada del suburbio, Coquito tenía de empleados a un cocinero, una mesera y un portero, además pagaba comisión a las personas que le llevaran comensales. Los precios de los platos eran muy altos, única forma de recuperar la inversión y confrontar los montos del tributo al estado y la licencia; pero en sus tres meses de funcionamiento el restaurante solo fue visitado por algunos nacionales, y dos extranjeros: un brasileño y un jamaicano.
A pesar del buen servicio y la calidad de la comida, los clientes nacionales se quejaron de los altos precios y no regresaron nunca más, en cambio los visitantes foráneos conducidos hasta allí por individuos naturales de La aldea que buscaban ganarse la comisión, se asustaron por la gran pobreza del barrio y el estalaje de sus moradores, aunque el portero les garantizó el cuidado de sus autos, no comieron tranquilos temiendo un atraco.
El brasileño le confesó a Coquito, que no había visto nada más parecido a las favelas de Río de Janeiro, que aquella callejuela repleta de casuchas miserables. Después de comer le pidió que lo ayudara a salir y no se sintió calmado hasta llegar bajo las luces de Quinta avenida. Por su parte el jamaicano, que poseía un pequeño restaurante en Kingston, no creía que aquel negocio prosperara, sin una vista atractiva y en un lugar tan apartado. También solicitó auxilio a la hora de marcharse.
En Cuba, los cuentapropistas que se lanzaron a abrir negocios sin vocación empresarial ni experiencia en los trajines gastronómicos, solo como válvula de escape para paliar la crisis económica y social imperante, han chocado con disímiles escollos que atentan contra el desenvolvimiento de una actividad que en otras partes del mundo se desarrolla sobre bases sólidas, como son la tradición familiar, la posibilidad de acceder a créditos razonables, impuestos apropiados, un mercado mayorista para adquirir insumos y las facilidades contractuales individuo-estado.
La quiebra del restaurante de Coquito fue vaticinada desde su apertura por José, un cuentapropista de experiencia, vecino también de La aldea, que en la década de los noventa abrió un restaurante parecido que nunca prosperó y finalmente lo llevó a la ruina. Para pagar todas las deudas contraídas en su aventura, Pérez tuvo que vender muchos bienes personales, una salida que ineludiblemente deberá asumir Coquito, que por su negocio fallido está endeudado hoy hasta los huesos.