LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 -La historia cuenta que poco tiempo después de comenzada la Guerra de Independencia, 10 mil bayameses abandonaron su patria chica, sus casas y sus memorias, cuando los independentistas, reunidos en el ayuntamiento de la ciudad, decidieron, en su nombre, rendir la plaza a las llamas y no a los españoles.
Alguien dijo una vez que esta historia no es más que una fábula consensuada. Posiblemente por eso, los que no tuvieron la desgracia de sentir en sus espaldas el calor abrasador de la madera de sus hogares ardiendo, y ver como todas sus pertenencias y sus recuerdos más queridos se convertían en cenizas, aceptan hoy sin objeciones que aquel incendio fue el acto heroico de un pueblo, y un sacrificio necesario para la patria.
A 145 años de aquella inmolación, también me hubiera gustado conocer el punto de vista de quienes se sacrificaron en contra de su voluntad para que otros realizaran su ideal; conocer a esa otra parte humana de la patria que los políticos, parafraseando a uno de ellos, consideraron como carne de cañón. Conocer, en definitiva, la historia de los que maldijeron a quienes les quemaron sus casas y echaron a rodar a sus familias, verdaderos pilares de lo que consideramos hoy como patriotas.
Mujeres embarazadas, niños y ancianos, familias enteras que sufrieron los rigores de la vida nómada del monte, las enfermedades y la persecución, en aras de un ideal que, aunque fuera justo y noble, les era ajeno a quienes ni negocios ni intereses políticos tenían en aquella contienda. Y, no obstante, se vieron obligados, por fuerza mayor, a seguir a quienes ya habían decidido por ellos.
Pocos ahora osarían decir, so pena de ser acusados de cobardes y traidores, que quizás la quema de Bayamo fue, ante todo, un acto irracional, desesperado y suicida, decidido por unos pocos, no por la mayoría de los pobladores.
Y es que nuestra patria está gobernada ahora por hombres radicales, de ideas tremendistas, sobre todo cuando no son ellos los que deben enfrentar directamente las consecuencias. Hombres que desprecian y persiguen cualquier otra idea o decisión que no sean las suyas propias. Hombres que en su momento no dudaron en convertir a la Isla en un cenicero nuclear, en nombre, no de un ideal, sino de una caprichosa y egocéntrica manipulación. Hombres que enviaron a los cubanos, como carne de cañón, a morir en guerras ajenas. Hombres que prefieren hundir nuestra isla en el mar antes que dejar de gobernarla.
Quizá sean estos hombres los culpables de que yo no vea en el sacrificio de Bayamo nada heroico, sino, por el contrario, sólo un acto suicida, y un simbolismo útil sólo para quienes desean imponer un ideal a ultranza, no importa si para hacerlo tengan que inmolar a multitudes.