LA HABANA, Cuba, diciembre (173.203.82.38) – Con gladiolos y velas moradas en las manos, se dirige a rastras hacia el santuario donde se encuentra el señor de las muletas con sus perros. Una vez ahí, da gracias y cumple al fin la promesa hecha siete años atrás.
Eran seis hombres que se montaron llenos de sueños en una embarcación con destino al país de las posibilidades. Uno no llegó. Perdió la vida en el mar.
Armando recuerda con lágrimas en los ojos el trágico episodio. Mucho antes de subirse a la balsa que lo llevaría lejos de Cuba, fue al Rincón, a ver al viejo Lázaro y hacerle una promesa: si llegaba a las costas de Miami regresaría a Cuba y le pondría velas, flores y hasta un tambor ritual.
El viejo Lázaro, o Babalú Ayé, como se le conoce en la religión yoruba, tiene muchos adeptos en la isla. Sus milagros recorren el archipiélago. Los días 17 de diciembre los cubanos rinden tributo al santo. Es un espectáculo de fervor religioso ver a hombres y mujeres con piedras amarradas a las piernas arrastrándose hacia el santuario. Otros entran de rodillas al templo. Están los que van en sillas de ruedas y una vez allí se levantan y caminan hacia la figura del Viejo. Muchos van a hacer promesas, otros a pagarlas. Sobre todo se pide buena salud, para los familiares y uno mismo.
La petición puede tardar años en cumplirse pero, según sus fieles, el Viejo nunca te abandona, sólo debes cumplir lo prometido una vez que se te concede lo que has pedido.
Armando llegó a las costas de Miami y regresó para cumplir su promesa el pasado 17 de diciembre. Eufórico, nervioso y con los ojos húmedos por la pérdida del amigo, colocó sus ofrendas a los pies de San Lázaro, y salió de la iglesia sin dar la espalda al santo, para no parecer un malagradecido.
Sería bueno que San Lázaro, como hizo con Armando, hiciera el milagro de concedernos a todos los cubanos la libertad que tanto necesitamos.