LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -No creo que me haya mentido Rodolfo Pichardo, aquel mayor que resultó ser mi instructor durante seis meses de prisión en la Seguridad del Estado. Tampoco creo que se le haya escapado, o lo hubiera dicho con un marcado propósito, como para atemorizarme mucho más de lo que yo estaba, cuando me habló hasta de la posibilidad de que yo fuera fusilada, sólo por disentir política e ideológicamente del gobierno castrista.
“Quien manda aquí es Fidel Castro –me dijo-, y él está muy disgustado por todo el barullo internacional que tú has formado como líder del Partido Pro Derechos Humanos de Cuba”.
Incluso, en una oportunidad en la que discutimos fuertemente, durante una de aquellas entrevistas diabólicas, cuando le exigí que me explicara por qué demoraba tanto el juicio que se celebraría en mi contra, me pidió que tuviera paciencia, porque Fidel estaba muy ocupado con lo de la invasión a Kuwait. Era cierto, el dictador andaba en esos trajines. Y mi estancia en aquellas celdas tapiadas y en solitario se prolongaba.
Aquel que duda que el presidente de un país tenga tiempo para dirigir un complicado y difícil cuerpo represivo, como el caso de Cuba, basta leer su Reflexión del 24 de enero de este año, donde Fidel Castro confiesa, sin vergüenza alguna: ´´El mismo día que Bush inició su criminal guerra contra Irak, solicité a las autoridades de nuestro país el cese de la tolerancia que se aplicaba a los cabecillas contrarrevolucionarios que en esos días demandaban histéricamente la invasión a Cuba, un acto de traición a la Patria.´´
Mintió el dictador, como siempre lo ha hecho. Jamás el Movimiento de Derechos Humanos de Cuba, compuesto por numerosas organizaciones pacíficas, ha solicitado una invasión a la Isla. Entre los 75 opositores que fueron sacados de sus casas y enviados a prisión, había 27 periodistas independientes, que tampoco se expresaron a favor de una invasión. Y me consta, porque yo trabajaba con ellos.
Es Fidel Castro quien, pese a su edad senil, dirige aún ese cuerpo de agentes represivos, y es además quien no ha permitido que el relator de las Naciones Unidas contra la tortura realice investigaciones de primera mano en Cuba.
Pero, sobre todo, es él quien ha dado órdenes a los agentes de la Seguridad para que durante los interrogatorios realizados a numerosos disidentes, el pasado 30 de enero, sean amenazados con otra ola represiva, al estilo de la ocurrida en abril de 2003, conocida como La Primavera Negra.
No hay duda de que su vocación de jefe de destrozadores de espíritu, o torturas psicológicas, meta de la Seguridad del Estado, aprendida en la Lubianka de la ex URSS, es más fuerte que su avanzada edad, sus tembleques y su apagada voz.
Sólo necesita levantar el teléfono y emitir cualquier sonido, para que los esbirros se movilicen de inmediato contra el movimiento de derechos humanos, surgido, como bien dijo un querido colega, como reacción de autodefensa popular.