LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – En otras capitales del planeta puede llover más que en La Habana, pero quizás la lluvia no cause tantos trastornos como aquí. Cuando llueve en esta ciudad, más vale tener un buen plan de contingencia.
Hace unos días la lluvia que, según el Instituto de Meteorología caería en la mañana, se retrasó y el diluvio comenzó al finalizar la tarde, empapando a los que tratábamos de regresar a casa. El habitual retraso de los ómnibus se incrementó, incrementando también la desesperación de los que aguardábamos en la acera de enfrente guareciéndonos del torrencial aguacero. La aparición del ómnibus P-8 desató la carrera para alcanzar primero la puerta del carro. El agua de lluvia acumulada subía por encima del contén hacia la acera, frente al Capitolio, donde se detuvo el vehículo.
En la molotera que se armó para subir al vehículo apenas vi a un hombre delante de mí, con los hombros a nivel de mis rodillas, y me di cuenta que algo le había salido mal. Estaba enterrado hasta las rodillas en un profundo hueco que, cubierto por el agua, parecía un charco inocente; pero nadie le hacía caso.
Un grito detrás me advirtió que alguien se abría paso. Una mujerona de que rondaba las 200 libras pedía frenéticamente que la dejaran montar. Me hice a un lado, y la mujer subió al bus empujada por la amiga que la acompañaba, menos corpulenta, pero también forrada en carnes.
Aproveché ese momento para subir por una de las puertas traseras. La situación no mejoró mucho por estar ya encima y a salvo de la lluvia. Por el contrario, el caldeado ambiente de aquella guagua repleta y con todas las ventanillas cerradas, me puso al borde de la asfixia.
El chofer arrancó y el barullo subió de tono. Los gritos de auxilio de la amiga de la gorda se oían en todo el ómnibus. A grito pelado pedía que la ayudaran a levantar a la amiga, que había caído, porque ella no tenía fuerzas suficientes para hacerlo. Dos hombres levantaron a la mujer y la guagua siguió su camino. La amiga pidió al chofer que desviara el ómnibus hacia el hospital La Benéfica porque lo de su amiga era serio pero, como no estaba en su ruta, el chofer se negó.
-Si quieres te dejo cerca de la Dependiente, que se me hace camino –dijo.
La mujer se negó y continuó gritando.La guagua siguió, sin desviarse de su ruta, y fue a parar a la clínica de las calles Coco y Rabí. El chofer parqueó frente a la clínica, aun bajo el agua. La calle parecía un río desbordado. Apareció un camillero con una camilla, pero la fuerza de la corriente se la llevó calle abajo.
-¡La camilla, coño, se va la camilla! -gritaban los pasajeros, mientras uno trataba de bajar a la gorda de la guagua. Por fin recuperaron la camilla, montaron a la mujer y la metieron dentro del centro médico.
Montar al ómnibus para que la trasladaran al hospital fue la única solución que encontró la enferma. Cuando llueve de esa forma en La Habana no hay ambulancias, ni taxis, ni nada que valga.
El habanero tiene que ser previsor y estar siempre listo para enfrentar los elementos, porque la gente de Meteorología no pone una.