JAIMANITIAS, Cuba, agosto (173.203.82.38) – Históricamente, muchos hombres nacidos en Jaimanitas, han sustentado a sus familias con el trabajo de buceo en las playas, buscando las joyas que pierden los bañistas.
Es tarea dura sumergirse una y otra vez, hora tras hora, con careta y snorkel, a remover la arena del fondo con una pala de madera en forma de guante, en busca de oro que luego venden a los joyeros particulares.
Aunque no se incluyó entre los 178 nuevos oficios permitidos por el gobierno al sector privado, cualquier época del año es propicia para su ejercicio. En verano las prendas se encuentran con facilidad. En invierno, con el oleaje, suben al fondo las que llevan mucho tiempo atrapadas bajo la arena.
Curiosamente, esta actividad nunca ha sido prohibida, ni acosada por la policía. Los que la practican son hombres que viven de la perseverancia y la voluntad abanicando el fondo en aguas poco profundas. De ellos sólo se ve el chorro de aire que sale de sus snorkerls al exterior.
Entre los buzos de Jaimanitas sobresalía uno muy pobre, con una familia numerosa, que siempre andaba apremiado por llevar comida a la mesa, y aunque era muy voluntarioso, simbolizaba la mala suerte. Lo apodaban Rascacio y podía mantenerse más tiempo que ninguno sin salir a la superficie.
Una vez pasó varios meses sin conseguir sacar nada del fondo. El hambre aguijoneaba a su familia y estaba acosado por las deudas. Llegó buceando una tarde hasta la desembocadura del río y se adentró en su cauce. Pensó que como nadie se había aventurado nunca por allí, él encontraría algo.
A partir de entonces se le vio todos los días chapoteando el fango del río y los vecinos comenzaron a sospechar que se había vuelto loco. Pero un día la vida le dio un giro de 180 grados.
Sin dar explicaciones se retiró del buceo, que era su único sostén, y ahora él y su familia visten ropas caras, compran comida en las tiendas de divisas, y el buzo levantó un muro de bloques alrededor de su casa, que no permite ver el interior. Trajo muchos materiales de construcción, una brigada de albañiles, y allí trabaja construyendo una nueva vivienda.
Sus antiguos colegas intentan sacarle el secreto de la repentina solvencia, pero el ex buzo no abre la boca. Ante los comentarios de que tal vez encontró el tesoro de la leyenda en el río, responde que si así fuera no puede decirlo, porque el Estado se lo decomisaría en menos de lo que canta un gallo.