LA HABANA, Cuba, noviembre, 173.203.82.38 -Mi primer roce físico con lo que llaman La Habana profunda, que es la parte indigente y desconocida de la ciudad, se produjo desde una de las lunetas del cine Chaplin, en el marco de lo que en algún momento fue la Muestra de Jóvenes Realizadores. Justo a través del documental Buscándote Havana, de Alina Rodríguez, el cual le ocasionó muchísimos problemas con las autoridades políticas de los lugares en donde escarbó. Gracias al ojo inquisidor de Alina, descubrí una realidad que siempre estuvo muy cerca de mí. Entonces me propuse recorrer las distancias desconocidas.
Esta Habana es un trozo de ciudad hundido en las aguas muertas de la miseria y la invisibilidad. Es el entorno ajeno a la prosperidad y distante de la geografía de oportunidades. Puro realismo sucio, donde sus asentamientos y barrios insalubres son volcanes a punto de erupción.
San Miguel del Padrón se ubica al sur-sureste, es uno de los más poblados municipios de la ciudad. Allí el hábitat de la Revolución multiplicó la estética de la indigencia. Sus microciudades, que se multiplican con un alto índice de hacinamiento y violencia, nos muestran lo más triste del rostro habanero, marcado por la desigualdad y la exclusión.
Se trata de una realidad que es invisible como destino turístico. No está refrendada en los catálogos de la agencia de viajes San Cristóbal o en la publicación Opus, ambas pertenecientes a la Oficina del Historiador de la Ciudad. En este incómodo espejo podemos encontrar asentamientos, como El Tropical, con una población de entre 8 mil y 10 mil personas, o más bien almas en pena. También hay lugares como Cambute, Ruta 12, La Rosita, Las Piedras, Alturas del Mirador, signos de una pavorosa tempestad social.
Las venas abiertas de La Habana igual pueden encontrarse en Marianao, Arroyo Naranjo, Centro Habana, Cerro, Playa, Casablanca, Regla, Diez de Octubre e incluso en lugares que antaño formaron parte de La Habana Elegante, como esa joya del urbanismo republicano llamada Vedado, hoy golpeada por el deterioro físico y social.
La Escalera, Isla del Polvo, Las Merceditas, El Mamey, Loma del Tanque, Casablanca, La Coca, La Chomba, La Yuca, Los Mangos, Platanito, La Guarapeta, El Moro, La Finca, Las Carboneras, Puente Negro, Simba, Los Tostones, El Palo, El Bote, Los Ángeles y El Palmar son otros de los miles de tugurios habitados por la pornomiseria, montados sobre frágiles puertas de latones viejos y oxidados, cartones, pedazos de tablas, materiales recogidos en vertederos sanitarios y contenedores. Los pisos son de tierra. Allí no existen calles sino trillos. No hay conexión eléctrica sino tendederas (ilegales), ni hay agua corriente. Son graneros humanos, clasificados como los lados oscuros que alteran el equilibrio social.
En la ciudadela y el solar, la Regla de Ocha tiene sus propios santuarios. Y la rumba lo tiene en el Callejón de Hammmel, en el solar El 11, en Atares, en el Parque Trillo, del barrio de Cayo Hueso, y en Los Sitios, donde discurre con su acento particular, único, autóctono.
La ciudadela, el solar y los asentamientos han sido reservados para los condenados y discriminados de siempre, negros y mestizos mayoritariamente. Aunque una parte significativa de habaneros blancos también tiene su sitio en estas reservas para la mala vida.
Mi Habana es también la ciudad donde las muchachas no tienen temor de Dios. Es la travesti que se viste de monja en el Trocadero de Lezama Lima y trabaja como puta en La Esquina del pecado de Virgilio Piñera, pues se desliza cada noche hacia zonas francas de simulacros y confesiones.
Patrimonio de personajes ya legendarios, como Sergio y David, María Antonia y Santa Camila, el Caballero de Paris y la Marquesa, Josefina la Viajera y Cecilia Valdés, Emelina Cundiamor y Lagarto Pisabonito… Es igualmente una ciudad que adopta a Petra Von Kant entre lágrimas y pasarelas. Es el terruño patrio de Bola de Nieve y de Rita Montaner, de Celia y Lydia Cabrera, de Mañach y Lecuona. Es la entrañable ciudad que hicieron suya Cabrera Infante y Manuel Granados.
Mientras se acelera la restauración de la Habana borbónica, la cual continúa siendo la perla de una invisible corona, la Habana Vieja es la ciudad postal recuperada para el turismo. Es el primer punto de partida de la villa, con su distrito financiero y un parque temático con tiendas cuyos precios son del primer mundo. Un espacio donde personajes como la princesa Diana de Gales y la Madre Teresa de Calcuta tienen reservado sus propios jardines, y donde también reina la arrogante figura de Fernando VII.
Barrios tradicionales, como San Isidro, Colón, Pogolotti (el primer barrio obrero de Cuba), San Leopoldo, Zamora, El Canal, Los Sitios, Pueblo Nuevo y la Dionisia, continúan dibujando gestos de ruptura, desequilibrio e insubordinación. Sus solares o ciudadelas son laberintos increíbles, trozos de escaleras sin barandas, oscuridad, fetidez, olor a rancio y a humedad, donde el sexo, la droga y el alcohol son opciones para anestesiar el alma. Esta ciudad, anclada en la trampa de sus espejos, está siendo tejida con las hebras de sus diferencias.
La Habana merece un mejor destino. Se ha ganado, por derecho de conquista, la oportunidad de ser seducida por la sinfonía de un nuevo contrato social. Mientras, seguirá siendo una ciudad que bosteza pero nunca duerme, una ciudad con más chismosos que ventanas, como reza una canción de moda.
Primera parte de este artículo