LA HABANA, Cuba, noviembre (173.203.82.38) – El economista Osvaldo Martínez es el presidente de la Comisión Económica de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Pero solo una vez al año se ocupa de los problemas de la economía cubana. Esto sucede cuando se anuncian los resultados del período y dan a conocer el plan para el año siguiente. En esas ocasiones, con frecuencia, el señor Martínez derrocha filigranas verbales para justificar índices de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) que no acaban de convencer ni a la mismísima Comisión Económica para América Latina (CEPAL).
Todo el resto de su tiempo lo dedica el académico a analizar la economía mundial, ya que también preside el Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM). En este desempeño les presta igualmente un gran servicio a los gobernantes cubanos, pues mantiene entretenida a la opinión pública nacional con anuncios sobre próximas crisis de la economía capitalista, y la “segura desaparición” de ese sistema.
El señor Martínez es un crítico feroz de las políticas económicas de corte liberal, las que él denomina, más por desprecio que por otra razón, como “políticas neoliberales”. Difama del libre comercio, en especial el que practican los países latinoamericanos que han firmado acuerdos con Estados Unidos y la Unión Europea; así como la emprende contra cualquier tipo de privatización. Es decir, que aplaude la estatización y las nacionalizaciones dondequiera que tengan lugar, sobre todo las ocurridas en los países de la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA).
Sin embargo, la mayoría de las medidas que el señor Martínez les recomienda a otros países son desmentidas por la realidad cubana.
La propiedad estatal, por ejemplo, demostró sobremanera su inoperancia. Hace poco el periódico Granma publicó la carta de un lector que pedía que se crearan cooperativas o el arrendamiento de las panaderías que producen el pan de la denominada canasta básica familiar. Según ese criterio, esa sería la única manera de eliminar el robo de insumos y materias primas que afecta la producción del alimento, y ocasiona que el pan ofrecido a la población sea de pésima calidad.
Un elemento muy sensible si consideramos el gran número de personas que no pueden comprar el pan que se vende libremente. “La gente roba lo que es de otro, pero nunca se roba a sí misma”, argumentó el referido lector.
En este sentido circula también en el ámbito popular un chiste para caracterizar a los establecimientos gastronómicos de propiedad estatal: gastro-no-mía. O sea, que los empleados de esos centros, por más que se les quiera estimular con determinados sistemas de pago y otras prebendas, carecen del sentido de pertenencia que lleve a brindar el servicio óptimo que requieren los consumidores.
Entonces sería conveniente que el señor Osvaldo Martínez volteara su cabeza con más frecuencia hacia la realidad de la isla, y se percatara del sinsentido de muchas de sus prédicas. Claro, una cosa es el sentido común, y otra el tener que cumplir las orientaciones de sus superiores.