LA HABANA, Cuba, mayo, 173.203.82.38 -El politólogo norteamericano Zbigniew Brzezinski , en su libro El gran tablero mundial, expuso que para la Rusia postsoviética se abrían dos posibles senderos a transitar: o abjuraba de la pretensión imperial y se acercaba a Europa, con las consiguientes modernización y occidentalización de la sociedad; o por el contrario, mantenía la idea de su hipotética conversión en líder euroasiático, que la conduciría, de un modo u otro, a un enfrentamiento con las potencias occidentales.
Todo hace indicar que los jerarcas de Moscú, bajo el liderazgo de Vladimir Putin, se han inclinado por la segunda opción. Las declaraciones del ahora nuevo presidente ruso, en el sentido de que su país no renunciará a la supremacía continental, así como la posición que han mantenido en los sucesos recientes de Siria, sirven para confirmar lo anterior.
Y, por supuesto, ese protagonismo que asume Rusia resulta del agrado del ex gobernante cubano Fidel Castro, quien lleva más de 20 años lamentando lo que considera la unipolaridad que padece el mundo tras la desaparición de la Unión Soviética. En una de sus más recientes reflexiones, la titulada “El 67 aniversario de la victoria sobre el nazi fascismo” (aparecida en la prensa nacional el viernes 11 de mayo), Castro confiesa que disfrutó sobremanera las horas que dedicó a presenciar por televisión el desfile más organizado y marcial que pudo imaginar nunca, protagonizado por hombres formados en las universidades militares rusas. Y al final de su reflexión apuntó: “La técnica militar exhibida en Moscú el 9 de mayo, mostraba la impresionante capacidad de la Federación Rusa para ofrecer respuesta adecuada a los más sofisticados medios convencionales y nucleares del imperialismo. Fue el acto que esperábamos en el glorioso aniversario de la victoria soviética sobre el fascismo”.
Es casi seguro que Castro haya estado muy al tanto de las maniobras que, en los últimos años, han realizado Putin y su incondicional Dimitri Medvedev: un ratico presidente uno y primer ministro el otro, y viceversa. Pero el verdadero poder siempre en manos de Putin, el hombre fuerte de Moscú. Y ahora el Comandante en Jefe reconoce que esperaba esta conmemoración con gran expectativa, para comprobar, con la pujanza de los medios y armamentos participantes en el desfile militar, que su favorito Putin no lo hubiese defraudado. Y, al parecer, las expectativas fueron ampliamente satisfechas.
Ya a Castro no le interesan mucho la ideología, el tipo de gobierno, o el sistema económico que prevalezcan en el gigante ruso. Quizás ni eche de menos la colosal ayuda con que Moscú apuntaló al régimen cubano durante muchos años. Ahora lo que le importa es que Rusia se transforme en un rival de Estados Unidos y otras potencias occidentales, y así alimentar la psicosis antinorteamericana que lo invade desde sus días en la Sierra Maestra antes de 1959. En la referida reflexión, Castro deja entrever que el rumbo tomado por Rusia debe servir para que “crímenes” como los cometidos por los yanquis y los ejércitos sanguinarios de la OTAN en Afganistán, Iraq, Libia y Siria, no puedan llevarse a cabo con impunidad.
Claro, es lógico que Fidel Castro se entusiasme con el poderío militar de Rusia. Este júbilo es consecuente con la indignación que sintió cuando Nikita Jruschov, en un esfuerzo por evitar una hecatombe, retiró los cohetes nucleares de Cuba; y también con la frustración que debe de haber experimentado al no cumplirse su profecía acerca de la inexorabilidad de una tercera guerra mundial. Una guerra que, afortunadamente, las cabezas cuerdas de este mundo han tratado y tratarán de eludir.