LA HABANA, Cuba, febrero (173.203.82.38) – El Cementerio Colón de La Habana, edificado a partir de octubre de 1871 en base al proyecto del joven arquitecto gallego Calixto de Loira y Cardoso, residente en Cuba y ganador del concurso convocado en agosto de 1870, quien lo concibió como la ciudad de los muertos en un rectángulo de 56 hectáreas del Vedado, gran dimensión para la época, asolada por epidemias que diezmaban a cubanos e inmigrantes.
En su forcejeo con el tiempo, el clima y la muerte, la necrópolis, que honra al descubridor de América, ha crecido en valores artísticos y arquitectónicos, incrementados por la belleza de los árboles, jardines y capillas que bordean las bóvedas, estatuas y monumentos encuadrados dentro de las 222 manzanas que conforman los 24,4 kilómetros de calles y avenidas fúnebres.
En nuestra enigmática ciudad de los muertos, como en otros camposantos famosos, gravita la paradoja entre el tránsito vital y el deseo de trascender. Lo bello compensa el dolor de la muerte, los tabúes sobre desaparecidos, los mitos y leyendas sobre nichos y personajes enterrados, y hasta las implicaciones éticas, legales y económicas en torno a la condición humana.
En este museo al aire libre la diversidad de obras y estilos –neorrománico, neoclásico, ecléctico y art decó- cohesionan y dan unidad al propósito inicial de Calixto de Loira, quien murió antes de cumplir un año al frente de las edificaciones, al igual que su sucesor, otro joven arquitecto hispano, enterrados ambos en la Galería Tobías, clausurada por reparaciones en 1874 y compensada por la edificación de las bóvedas del Arzobispado, aun en uso.
Estructurado como un barrio de la capital, consta de dos avenidas centrales que se cortan perpendicularmente y forman una cruz que divide el rectángulo en cuatro zonas o cuarteles, en base a los puntos cardinales: Cuartel Noreste, Noroeste, Sureste y Suroeste, los cuales reproducen la planta general, favorecen la localización de las bóvedas y enlazan las calles en cruces de “segundo orden”, que con la cruz principal aluden a las cinco heridas sufridas por Jesús durante la crucifixión.
Al jerarquizar tales espacios Loira se inspiró en la ciudad de los vivos, “presente” en el camposanto mediante capillas, altares, jardines, oficinas y el entramado de sepulturas, osarios y monumentos, en los que predomina un diseño moderno que apenas cambia con el tiempo, salvo ampliaciones y obras que perpetúan sucesos históricos, y expresan la voluntad de personalidades que influyeron en la vida política, social, económica, cultural y religiosa del país.
La necrópolis de Colón es la ciudad más apacible y mejor delimitada dentro de La Habana. Posee un muro perimetral, viabilidad y arbolado, una capilla central, las portadas norte y sur, el Osario General antiguo y dos edificios para la dirección, la sala de arte funerario, el equipo de restauradores, la oficina de turismo y un archivo que atesora más de 700 libros de enterramiento y protocolos, disponibles para consultas informativas de interés genealógico, etnográfico, sociológico e histórico.
Declarado Monumento Nacional en 1987, el camposanto habanero es una de las cinco metrópolis fúnebres de mayor riqueza artística visual del mundo. Su carácter cosmopolita y la diversidad de sus monumentos atraen a investigadores y turistas que desandan sus calles en busca de efigies, criptas, lápidas y objetos edificados en mármol, bronce, yeso o biscuit.
Ampliado a partir de 1922 por su parte este, el cementerio ha sido mudo testigo de epidemias, crisis económicas y sociales, y cambios históricos como el fin del colonialismo español, la ocupación militar de los Estados Unidos, el inicio y fin de la Republica y medio siglo de dominación comunista que, paradójicamente, no eliminó la propiedad privada sobre bóvedas, panteones y capillas familiares, pero puso fin a la creatividad decorativa y edificó monumentos exaltadores de sucesos violentos como el desembarco del yate Granma, el asalto al Palacio Presidencial y el panteón de las Fuerzas armadas. El Monumento al hombre común es la última obra erigida.
La majestuosa necrópolis de Colon, ligada a los avatares de la capital y al carácter efímero de la vida, sobrepasa sus fines iniciales y los preceptos que determinaron su edificación. Esta joya de la arquitectura y las artes visuales se adentra en el futuro desde el pasado, y reta a quienes se encargan de su funcionamiento y preservación. Cambiarán las costumbres y los rituales fúnebres, pero no las estatuas y monumentos de ilustres desaparecidos, que reclaman perpetuidad en ese espacio urbano de la memoria citadina.
El estilo románico, palpable en la majestuosa Portada Norte, la Capilla Central y el Osario General, inspira al recinto amurallado. El entorno de los panteones revalida la diversidad de materiales y estilos ornamentales, desde el neogótico al ecléctico, el art decó y la arquitectura racionalista, simbolizada en las capillas de la familia Núñez Gálvez y de la Unión de Reporters de La Habana.
Sobresalen por sus valores históricos y artísticos decenas de exponentes de la arquitectura, la escultura y las artes decorativas, como el Mausoleo de los Veteranos de la Independencia, edificado con paneles de creadores vanguardistas cubanos; el Monumento a los estudiantes de medicina fusilados en 1871, el incendio de la ferretería de Isasi (1890), el magnicidio del Capitán General Salamanca (1890), la tumba del General Máximo Gómez Báez, la tragedia de Cali (1938) y el hundimiento de los buques Manzanillo y Santiago de Cuba (1942).
Una insólita pirámide de apariencia egipcia inmortaliza al arquitecto José F. Mata en la necrópolis Colón, donde convergen la Capilla de Amblada Tiedra y la Capilla de los condes de Rivero, evocadoras de fortalezas medievales; seguida por la piramidal capilla Falla Bonet, esculpida en granito y rematada por una escultura de bronce; en tanto la Capilla Catalina Laza-Juan P. Baró, exalta al amor con grandes dimensiones de líneas simples y volúmenes puros, enchapada con mármol blanco de Carrara. La Capilla Steinhart contrasta por el color y la textura de los materiales que la revisten (piedra y granito negro pulido) y por el art decó que la diferencia de obras eclécticas como la de Julián Álvarez, de apariencia octagonal y rematada en cúpula.
Despuntan por su singularidad estética y sentido comunitario, los panteones de las sociedades regionales españolas: la Montañesa de Beneficencia, la Vasco-Navarra, los Naturales de Galicia, de Cataluña, Asturias, Ortigueira y otros que interactuaron en la isla. Rivalizan por la diversidad de estilos, materiales y elementos alegóricos la Capilla de los Gómez Mena, de Carlos Miguel de Céspedes, José M. Cortina y el panteón de la familia Aguilera, donde la escultora Rita Longa reinterpreta la La Piedad, de Miguel Ángel.
Difieren de éstas el panteón soterrado del poeta Julián del Casal, la Tumba de la fidelidad, evocadora de Jeannette Ryder, fundadora del Banco de Piedad, y su perro Rinti, muerto de hambre y tristeza en su sepulcro; la Tumba del dominó, la del ajedrez (José R. Capablanca), la de Cecilia Valdés y el escritor decimonónico Cirilo Villaverde; de Casimiro Rodríguez, enterrado de pie; las capillas de los ex presidentes José Miguel Gómez y Alfredo Zayas, el templo circular del terrateniente Domingo León, la bóveda del Hermano José, venerado por la médium Leocadia Pérez Herrero, y la Tumba del Amor (de Modesto y Margarita), menos conocida que la Milagrosa, inspirada en la historia pasional de Amelia Goyri y José Vicente Adot, que dio origen a un culto popular a partir de 1909.
Despiertan curiosidad las tumbas del Arquero, del Ancla, la Lira, del Ángel andrógino y los panteones de la Colonia Japonesa de Cuba y de los ñáñigos de la Sociedad Secreta Abakuá (la Ekereguá Momi, en Cuartel Sureste, y la Usagare Mutanga Efo, en Cuartel Suroeste), cúspides del sincretismo dentro del cementerio católico, cuyos monumentos son asociados a ceremonias, rituales y hechos enriquecidos por el imaginario popular.
A casi un siglo y medio de creada, nuestra impresionante y silenciosa ciudad de los muertos conserva el predominio del mármol de Carrara, en contraste con el cielo azul y el verdor de la vegetación tropical. Tal vez por ello acoge en sus sepulcros a uno de cada cinco cubanos, y en sus osarios a un millón y medio de difuntos, ritmo que impone desafíos éticos y materiales, como las incesantes exhumaciones, reparaciones y el cuidado de las tumbas, panteones y objetos de arte, asediados por depredadores que remueven las piedras del recuerdo y los anhelos de trascendencia de varias generaciones.