CIENFUEGOS, Cuba, julio (173.203.82.38) – Toda sociedad está conformada por individuos de diferentes naturalezas, que se unen mediante una suerte de pacto, buscando la colaboración de las partes en pos de obtener beneficios mutuos. Muy mal anda la sociedad en la que quienes la conforman, lejos de velar por el bien de la colectividad, aplican la máxima de: “Lo mío primero”, o “sálvense quien pueda”.
Durante décadas se nos dijo que el individualismo era un mal ajeno a las sociedades comunistas, y típico del capitalismo, donde sólo importaba el volumen de la cartera. En Cuba, los medios -todos gubernamentales- nos dibujaban un universo en el que el sujeto comunista se sacrificaba, henchido de felicidad, renunciando a sus intereses personales, para materializar el paradigma comunista “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad”.
Para moldear esa utópica necedad que llamarón “el hombre nuevo”, se implementaron un sinfín de experimentos entre los que destaca el trabajo voluntario. Durante mucho tiempo existieron los llamados domingos rojos en los que trabajadores y pueblo en general eran arrastrados de forma “voluntaria”, fundamentalmente hasta los campos agrícolas, y obligados a trabajar gratuitamente.
Como todo lo impuesto suscita rechazo y los cubanos no somos diferentes del resto de la humanidad, reaccionamos a la imposición para, lamentablemente, movernos hacia el otro extremo. Del hombre nuevo que íbamos a crear y el idílico paraíso comunista que construíamos, donde el dinero ni los bienes materiales serían importantes, hemos pasado a una jungla donde rige la ley de la selva y sobreviven sólo los más fuertes.
La permanente crisis económica y espiritual, provocada por el fracasado sistema comunista, ha sido el caldo de cultivo donde ha nacido el verdadero “hombre nuevo”: un ser que, para sobrevivir, ha echado a un lado las reglas cívicas, los valores morales y cuanto contrapeso para combatir el egoísmo haya inventado la civilización occidental, para convertirse en un individualista despiadado que echa por tierra cincuenta años de adoctrinamiento.
A tal grado ha descendido la sociedad cubana, que la mayoría de las relaciones entre individuos no tiene otro objetivo que obtener ganancias. El hombre altruista y solidario que el régimen supuestamente quiso formar, existe únicamente en las pantallas de los televisores a la hora del noticiero; en la calle sólo hay fieras.
Poco se mueve en Cuba, si no hay billetes, o alguna otra forma de ganancia, por delante.