LA HABANA, Cuba, febrero (173.203.82.38) – Desde que el gobierno cubano decidió hacer el homenaje al capitalismo para salvar el sistema socialista implantado en 1959, para los cubanos han surgido nuevas adversidades que están matando las esperanzas de quienes confiaron obtener beneficios de la nueva política económica del régimen.
A pocos meses de iniciada la danza del cuentapropismo, ya les resulta difícil a los nacientes “empresarios” del sector privado, bailar la conga del capitalismo con la música de la Internacional.
Para los cubanos, la supuesta apertura que intenta encapuchar la crisis económica y el desempleo provocado por el despido masivo de trabajadores improductivos, ha creado desdichas que se suman a las acostumbradas carencias. La devolución de las licencias para ejercer los trabajos por cuenta propia aprobados por las autoridades aumenta a ritmo acelerado debido a la decepción. Lo que supuestamente traería prosperidad para el pueblo, se está quedando sólo en una sacudida de subvenciones.
Con evidente falta de control y organización, las oficinas que atienden las gestiones están abarrotadas y abunda la desinformación, las incoherencias en el sistema tributario y la desorientación de los empleados estatales sobre el asunto. Debido a las situaciones en que se ve envuelta la burocracia, las autoridades tuvieron que aplazar el cobro de los impuestos de enero hasta el mes de marzo.
La leonina fórmula tributaria aplicada y la falta de insumos para abastecer los nuevos chinchales a precios mayoristas, derivan en que la oferta de los nuevos negocios vaya de regular a mala. Aun así, el sector privado debe competir con la única arma que tiene: ofrecer bajos precios, accesibles para la paupérrima economía del cubano. Esta fórmula no es viable por el costo de los productos liberados, como el azúcar, a 8 pesos la libra, que es el elemento principal para la elaboración de dulces, que se venden a 3 pesos.
En una muestra de su total incoherencia, el esquema tributario diseñado para los servicios gastronómicos y de ventas de bisuterías pretende cobrar mayores tributos en municipios como Centro Habana, y menos en las zonas periféricas. La respuesta a este disparate es la solicitud para ejercer “servicios móviles” en municipios colindantes al centro de la capital, para realizar las ventas en las áreas de la ciudad donde los impuestos son más elevados. Sin embargo, no sucede así con el sistema de pago para el arrendamiento de habitaciones. El impuesto de 4 mil 800 pesos mensuales por habitación es igual para todos, desde la humilde habitación en un solar de Centro Habana hasta los cuartos en zonas distinguidas, donde los ex dirigentes comunistas jubilados cobran altas tarifas a los turistas por el alquiler de cuartos en sus lujosas mansiones.
Lo único que se escucha en las oficinas tributarias entre cuentapropistas y funcionarios estatales es: los impuestos y los gastos no dejan lugar a ganancias.
El optimismo con el que los cubanos sin recursos asumieron inicialmente la tarea de “salvar al socialismo”, se ha convertido rápidamente, en menos de un trimestre, en un nuevo desencanto con el sistema. Quienes pensaron conquistar pequeños espacios dentro de la economía centralizada han comprobado que las migajas ofrecidas no alcanzan para mantener un hogar, por mucho esfuerzo que se haga.
La expoliación y la amenazante bancarrota brindan al mercado negro mayores posibilidades que a el trabajo legal por cuenta propia y elevan la corrupción a niveles insospechados.
En el pasado fenómenos similares han servido como motores de impulso de rebeliones. Fue el Real Decreto del 12 de febrero de 1867, que elevaba los impuestos, una de las causas que precipitó la revolución de 1868, por citar un ejemplo.
Después de haber cedido unos milímetros de autonomía, resultará peligroso en extremo para el gobierno experimentar con las esperanzas de libertad económica del pueblo.
Para nadie es secreto que la politización de la sociedad cubana, y la constante lucha por la supervivencia, han hecho que el reclamo de los derechos políticos y civiles haya quedado sólo en manos de los pocos que deciden arriesgar su libertad como abiertos opositores al régimen.
Compartir la economía socialista con pequeños empresarios privados, deseosos de prosperar, aun atados de pies y manos, es un peligroso asunto que bien puede compararse con la pólvora en espera de la chispa. Es jugar con fuego.