LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubnet.org) – En el actual año 2011 arribamos al centenario del nacimiento del crítico y ensayista José Antonio Portuondo, venido al mundo en Santiago de Cuba y fallecido en La Habana en 1996. En verdad, Portuondo fue uno de los intelectuales más activos con que contó la revolución cubana durante sus tres primeras décadas de existencia.
Fue profesor en universidades de México, Venezuela y Estados Unidos, rector de la Universidad de Oriente, embajador de Cuba en México y el Vaticano, director del Instituto de Literatura y Lingüística, y miembro de la Academia Cubana de la Lengua. A lo anterior se agrega una apreciable obra ensayística sobre cuestiones literarias y culturales en general. En 1986 recibió lo que sería tal vez su último homenaje: el Premio Nacional de Literatura.
Como fiel seguidor de la ortodoxia marxista-leninista, Portuondo se entusiasmó sobremanera cuando el gobierno cubano abrazó esa ideología. De inmediato acometió la tarea de intentar suprimir nuestro pasado, y construir otro que respondiera a las necesidades del presente castrista. Argumentó que era necesario reescribir la historia de Cuba para despojarla de lo que calificó como “un compendio de hechología burguesa”. La emprendió, entre otros textos, contra la monumental Historia de la Nación Cubana, una obra escrita en 1952 y que constó de diez tomos, en la cual participaron prestigiosos académicos e historiadores. Se trataba, según Portuondo, de “un simple registro notarial de carácter sumamente apologético”.
Semejante punto de vista lo llevó también a solicitar el ostracismo para los escritores e intelectuales que rompieron con la revolución de 1959.
Hacia la década del sesenta, Portuondo sostenía la necesidad de que la nueva literatura cubana enfatizara en el contenido de las obras, y no perdiera el rumbo con experimentos formales o tácticas evasivas. Era la sugerencia para que los escritores de la isla se apartaran del legado de Lezama y sus compañeros de la revista Orígenes. En ese contexto se dice que Portuondo embulló a su coterráneo José Soler Puig para que presentara su novela Bertillón 166, una obra realista que muestra la lucha antibatistiana en Santiago de Cuba, a la primera edición del Premio Casa de las Américas en 1960. A la postre sería esa la novela que se alzó con el premio.
A raíz del discurso de Fidel Castro conocido como Palabras a los Intelectuales, Portuondo insistió en que era el momento de formar a los intelectuales orgánicos de la revolución, los que tendrían la misión de transformar la espontaneidad del pueblo en una conciencia que hiciese a los ciudadanos partícipes de la obra del poder. O sea, instrumentar una manipulación colectiva similar a la que hoy lleva a cabo el programa Mesa Redonda de la televisión cubana.
En lo adelante. Portuondo iba a estar disponible para justificar cualquier política que los gobernantes trazaran en el terreno de la cultura.
En 1971, con motivo de celebrarse el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, la suya fue una de las pocas voces que trataron con indulgencia a ese nefasto evento. Cuando para unos se iniciaba un período gris para la cultura, y para otros constituía el fin de toda polémica y el triunfo de un dogmatismo de corte estalinista, Portuondo se limitó a expresar que el evento era sólo un resumen de ciertas polémicas culturales.
La caída de la Unión Soviética y el resto de las naciones que formaban su bloque político, marcó el principio del fin para José Antonio Portuondo. Su ortodoxia marxista-leninista ya no le servía para nada al castrismo, el cual debió realizar algunas maniobras tácticas con tal de evitar el colapso. El crítico y ensayista pasó sus últimos días recluido en su domicilio, sin que apenas se acordaran de él. Debió soportar que discursos antaño excluidos, como los de Lezama, Cintio Vitier y Fina García Marruz, sepultaran por completo al suyo.