LA HABANA, Cuba, junio, 173.203.82.38 -Ha concluido la Oncena Bienal de La Habana, dejando a los amantes de las artes plásticas con ganas de ver un poco más. Más de noventa sedes y espacios públicos desplegados por toda la ciudad –aunque concentrados principalmente en los municipios de la Habana Vieja, Centro Habana y Plaza de la Revolución– han funcionado como galerías propias o transitorias para alojar cientos de obras de artistas cubanos y extranjeros.
Demasiado ambiciosa y superficial sería la intención de comentar siquiera una sola exposición, describiendo la riqueza visual de sus obras más importantes, señalar alusiones, revelar símbolos, imaginar diálogos con el arte canónico, apuntar influencias y rupturas, explicar juegos y contrastes semánticos, elucubrar sentidos, y menos aun proyectar la idea de hacer un ensayo sobre poética. Prefiero hilvanar algunos hilos temáticos, en especial los que unen las obras de los artistas cubanos interesados en reflejar los imaginarios de la nueva sociedad cubana, y su evolución histórica. Justamente, como el lema que ha rotulado esta edición ha sido el de “prácticas artísticas e imaginarios sociales”, quiero referirme a estos últimos.
La primera sorpresa me la dio el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, con su exposición “La caza del éxito”, que alude con su título no sólo a la persecución de la fortuna, sino a la ignorancia que reviste su manifestación en el arte de los “nuevos ricos”, ya que irónicamente juega con la errata de un cartel invisible, que colgado frente al inmueble, le diría al vecino: ésta es “la casa del éxito”.
El nuevo imaginario doméstico, alimentado por las remesas familiares, “la expansión de los polos turísticos” y “los negocios por cuenta propia”, toma indiscriminadamente de la cultura de masas norteamericana (por ejemplo, de Walt Disney), la arquitectura colonial cubana, los símbolos religiosos, el erotismo femenino, los deportes, los personajes de las mitologías europeas, asiáticas, africanas y americanas, todo combinado con un gusto naif, y un imaginativo estilo que bien pudiera llamarse el eclecticismo del kitsch.
Los arquitectos y diseñadores han pasado a ser los cronistas de este surrealismo arquitectónico y ambiental, espontáneo y anómalo; pero lo más curioso es que hablan de una “cierta centroamericanización del paisaje rural y de las ciudades cubanas”, por su espíritu de semejanza formal con la arquitectura emergente de esa región, y porque al igual que en la Mayor de las Antillas, las economías familiares de esa zona han florecido mucho gracias al turismo y las remesas del Norte.
Lo interesante es que la nueva identidad (aunque sea paralela) no se basa en la imagen de lo caribeño, que atiende más a lo folklórico, lo religioso y lo musical, sino a un concepto que se tiñe más con los colores del subdesarrollo y del estereotipo ramplón, y que caracteriza la imagen de una clase neo-capitalista.
El tema de la destrucción del patrimonio arquitectónico también estaba presente en la exposición, con un cuadro de Ramón Díaz Romero (Ché), que presentaba una copia del famoso Guernica de Picasso en primer plano, y al fondo –con un dibujo impersonal, y apenas sugerido– el Malecón habanero, visto desde el ángulo del Morro, y a vuelo de pájaro.
La muestra de Carlos Garaicoa en el Centro Wifredo Lam se apropiaba de los mosaicos de las tiendas y negocios de la época republicana que están instalados en las calles comerciales de Reina, Monte, Galiano, Neptuno y Belascoaín, utilizando sus tipografías para crear mensajes más filosóficos y existencialistas, tales como “La General Tristeza Negará Placeres”, “El Volcán Estallará, Iluminados, Esperamos”, o las seis variaciones sombrías del emblema de la tienda Fin de Siglo: Frustración de Sueños, Fin de Silencios, Fuck de Siècle,…
Otra de las obras que más me impresionó fue la de Ricardo Elías en Factoría Habana, titulada Oro seco (2005-2012), la cual se dividía en cuatros partes: una colección de litografías de ingenios azucareros del siglo XIX, hecha por el grabador Eduardo Laplante, cuatro fotos actuales de los centrales desmontados, un video con imágenes de los campos de caña, y un mural a dos columnas con la lista de los 81 centrales azucareros desactivados en los últimos años. La impresión artística, aunque discreta, era abrumadora. No había relato alguno, pero la sensación de ruina te penetraba hasta los huesos.
Uno de los detalles más interesantes del conjunto era la secuencia en la lista de los centrales: primero, el nombre que tuvo antes de la Revolución, luego el que adoptó con la Revolución, y finalmente el número de inventario que tuvo cuando el país se dividía en seis provincias. Se comprueba cómo el proceso político significó un cambio de paradigma en el imaginario social: el central España se convirtió en España Republicana, el Cuba, en Cuba libre, Habana en Habana Libre, Patria en Patria o muerte, y Unidad en Unidad Proletaria. Hubo además una tendencia latinoamericanista en la nueva nomenclatura: el Estrella pasó a ser República Dominicana; el Preston, Guatemala; y Las Cañas, el Paraguay. Por supuesto que se rindió homenaje a los nuevos héroes: Soledad fue Pepito Tey; Macana, Braulio Coroneaux; y San José, Hermanos Ameijeiras.
Para mí, el trauma más grande que ha sufrido la cultura cubana en los últimos dos siglos y medio ha sido la decadencia y posterior destrucción de la industria azucarera. Más allá de que las fuentes de ingreso hayan migrado hacia otras ramas económicas, el impacto cultural ha sido tan grave como imaginar que en Francia ya no se produzcan vinos, en Suiza relojes, en Holanda ya no se cosechen tulipanes, y en Alemania ya no se coman papas. No se han afectado solamente los bateyes; se ha vaciado la literatura, la poesía, las artes plásticas, las tradiciones populares, y la historiografía. Es el Réquiem más difunto y lúgubre que se le haya podido cantar a Manuel Moreno Fraginals, y a la cultura cubana, desde que acogió como uno de sus símbolos fundamentales a la caña de azúcar.
La exposición Travesías, ubicada en el Centro Cultural Bertold Brecht, forma parte de la Jornada Cubana contra la Homofobia, y ha sido auspiciada por el CENESEX, con idea original y curaduría de Mariela Castro Espín. El lema de la muestra, organizada a favor de la tolerancia y la diversidad sexual, declara que “toda forma de discriminación genera sufrimiento, molestias, odios, exclusiones, violencia y vulnerabilidad”. Más que centrarme en la parte de los efectos de la discriminación, me gustaría destacar el horizonte infinito del sintagma inicial: TODA FORMA DE DISCRIMINACIÓN… Entonces, ¿se podrían decir las mismas palabras sobre la discriminación política? Claro que sí, pues el comunismo no es la única visión política del mundo, y mucho menos la más equilibrada.
Otros temas, como la emigración, la inclusión social, el devenir de los símbolos de la historia cubana, y la diversidad cultural de un futuro cada vez menos utópico, han sido la semilla de muchas obras de artistas cubanos.
La revolución del arte contemporáneo ha significado una contracorriente ideológica para la revolución política, ya que ambas defienden valores opuestos. El arte vanguardista defiende la diversidad formal, la ambigüedad (y hasta lo absurdo), el valor de lo pequeño, lo onírico, y la crítica; mientras que la Revolución es unitaria, unívoca, grandiosa, racionalista y beligerante.
La Revolución promovió la conversión forzosa de la mayoría de los significantes, fue una acometida brutal contra las tradiciones, un relato devorador de microhistorias, es un perfil unidimensional, y una mancha que borra todos los matices.
Atrás van quedando los tiempos en que lo cubano significaba algo como “revolucionario”, socialista, heterosexual, proletario, latinoamericanista, etc. Como dijera Alejandro Armengol en su artículo “Diáspora y exilio”, la nación (o la cubanidad) se escurre ante las definiciones, es “una nebulosa”, “una imagen que aspira a ser un concepto”, “apenas una idea”.
Finalmente, creo que los artistas de la Isla muestran que la cultura cubana está en un proceso de apertura y transición hacia nuevos imaginarios, básicamente porque está siendo afectada por los vientos de la globalización (sobre todo los que vienen de la diáspora), y por los huracanes de la postmodernidad.