LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Después de Habanastation todavía Ian Padrón sigue siendo el director remarcable por Fuera de liga, uno de los documentales que mayor expectación ha despertado en los últimos años, y no solo entre el público fanático del béisbol. Humberto Solás llegó a afirmar que este filme “ya forma parte del tabernáculo de las obras clásicas” gracias a su indagación “en la urdimbre nacional, en la cubanía”. A pesar de esta respetable opinión, resulta quizás extremado considerar a Padrón una leyenda cinematográfica, como alguien dijo, porque lo que más influyó en el renombre de este documental fue la censura, que durante cinco años lo mantuvo fuera de exhibición, más que su indiscutible calidad.
En aquel momento, el joven director decidió que no volvería “a entrar ni a filmar en el ICAIC” hasta que el suyo fuera estrenado como todos los filmes producidos por este instituto para el arte y la industria del cine cubano. Aunque luego el documental fue exhibido en el canal provincial de La Habana, nunca se estrenó en los circuitos cinematográficos y la crítica en los principales medios la ignoró por completo.
Pese a todo, Ian Padrón volvió a trabajar con el ICAIC, y el largometraje Habanastation es fruto de eso. El impacto de esta producción, no obstante, está muy lejos del que produjo el documental sobre el equipo Industriales. Las razones son varias. Que esta película esté protagonizada por niños es un hecho que no debe tener mucha importancia para hacer tal diferencia.
Son, en todo caso, el tema escogido y la calidad de la realización dos de las razones de mayor peso a la hora de hacer distinciones. Como tema, la desigualdad social y económica representada por Mario y Carlos, los protagonistas de la historia, no alcanza mayor hondura que una descripción pintoresca que a estas alturas no dice nada sustancial, sobre todo por el previsible final. “Mayito transformado en Pilar. Carlos, nueva niña enferma transfigurada, ¿recibiendo unos zapaticos de rosa en forma de videojuego del siglo XXI?”, anota Elaine Díaz en su comentario sobre el filme.
Tal vez Padrón no quiso ir más allá de narrar una fábula conciliatoria al más blando estilo de Dickens o de Spielberg, pese a que él mismo asegura que no quiere parecerse a este último, pues está resuelto a continuar haciendo “cine comprometido con la realidad”. Por desgracia, esa divisa no tiene mayor significado en sí misma a la hora de juzgar el resultado artístico, el hecho consumado que vale por encima de las intenciones.
Porque, aparte de lo interesante que consiguen ser algunos intervalos visuales, el guion carece de osadía incluso cuando la historia pretende ser a veces casi atrevida. Y, peor aún, se torna lento y torpe a pesar de que busca la agilidad, y adolece de regodeos innecesarios y de soluciones forzadas (esos dos niños tratando durante unas pocas horas de ganarse doscientos pesos, principalmente realizando tareas humildísimas, no logran un episodio persuasivo).
Los diálogos, por otra parte, no están suficientemente limpios y por instantes ni siquiera justificados. Por una parte intentan un lenguaje muy realista, y hasta con cierto “color local”, pero luego se imponen frases no solo poco creíbles en boca de niños, sino hasta difíciles de manejar convincentemente por cualquier actor bien entrenado, extremos ambos que no son raros en los diálogos del cine cubano.
De la misma manera, aunque hay escenas bien actuadas, hay otros momentos en que incluso el desempeño de intérpretes muy experimentados aparece descuidado y desigual. Y sin embargo la impresión final de ese entramado de historia y personajes deja, acaso, cierto regusto de emoción simpática, gracias sobre todo a los instantes más logrados a contracorriente de los clichés, como cuando Carlos comparte con Mario su único pan.
Confiesa Ian Padrón que sus paradigmas son Tomás Gutiérrez Alea y Santiago Álvarez, y, citando al primero (cuando decía que su mayor sueño era que Memorias del subdesarrollo se volviera obsoleta porque los problemas que planteaba se tornaran obsoletos), dice que él quisiera también que Fuera de liga se volviera obsoleto porque los problemas tratados en el documental se resolvieran por fin.
Como siempre, las opiniones, deseos y vaticinios de un creador sobre su propia creación valen tanto como los de cualquier otra persona, y nadie puede estar seguro de que la solución de los problemas planteados en una obra la harán obsoleta. Lo que sí resulta indudable es que la permanencia o envejecimiento de cualquier obra dependen, más que de la vigencia de los problemas que trate, de la eficacia de los recursos artísticos con los que trate esos problemas y del significado que consiga obtener de ellos.